Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Me alegro que os gusten, clause y mai^a, estoy recopilando unas cuantas de cuando iva a la facultad y ya os las pondré.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Mi Alma (Paralela) Almafuerte Bajo la curva de la noche, fúnebre, sobre la arena del desierto, cálida, se conturba la mente del proscripto, su pie desnudo, vacilante, marcha; y allá en la curva fúnebre del cielo la estrella solitaria; y allá, sobre las cálidas arenas, ¡el oasis y el agua! Bajo la curva del dolor, fatídica, sobre el desierto de mi vida, trágica, mi acongojada mente se conturba, mi vacilante pie se despedaza; y allá, en la curva del dolor, siniestra, la luz de la esperanza; y allá sobre el desierto de mi vida, ¡la resonante multitud de mi alma!.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas La Azucena del bosque" Hace muchos, muchos años, había una región de la tierra donde el hombre aún no había llegado. Cierta vez pasó por allí I-Yará (dueño de las aguas) uno de los principales ayudantes de Tupá (dios bueno). Se sorprendió mucho al ver despoblado un lugar tan hermoso, y decidió llevar a Tupá un trozo de tierra de ese lugar. Con ella, amasándola y dándole forma humana, el dios bueno creó dos hombres destinados a poblar la región. Como uno fuera blanco, lo llamó Morotí, y al otro Pitá, pues era de color rojizo. Estos hombres necesitaban esposas para formar sus familias, y Tupá encargó a I-Yará que amasase dos mujeres. Así lo hizo el Dueño de las aguas y al poco tiempo, felices y contentas, vivían las dos parejas en el bosque, gozando de las bellezas del lugar, alimentándose de raíces y de frutas y dando hijos que aumentaban la población de ese sitio, amándose todos y ayudándose unos a otros. En esta forma hubieran continuado siempre, si un hecho casual no hubiese cambiado su modo de vivir. Un día que se encontraba Pitá cortando frutos de tacú (algarrobo) apareció junto a una roca un animal que parecía querer atacarlo. Para defenderse, Pitá tomó una gran piedra y se la arrojó con fuerza, pero en lugar de alcanzarlo, la piedra dio contra la roca, y al chocar saltaron algunas chispas. Este era un fenómeno desconocido hasta entonces y Pitá, al notar el hermoso efecto producido por el choque de las dos piedras volvió a repetir una y muchas veces la operación, hasta convencerse de que siempre se producían las mismas vistosas luces. En esta forma descubrió el fuego. Cierta vez, Moroti para defenderse, tuvo que dar muerte a un pecarí (cerdo salvaje - jabalí) y como no acostumbraban comer carne, no supo qué hacer con él. Al ver que Pitá había encendido un hermoso fuego, se le ocurrió arrojar en él al animal muerto. Al rato se desprendió de la carne un olor que a Morotí le pareció apetitoso, y la probó. No se había equivocado: el gusto era tan agradable como el olor. La dio a probar a Pitá, a las mujeres de ambos, y a todos les resultó muy sabrosa. Desde ese día desdeñaron las raíces y las frutas a las qué habían sido tan afectos hasta entonces, y se dedicaron a cazar animales para comer. La fuerza y la destreza de algunos de ellos, los obligaron a aguzar su inteligencia y se ingeniaron en la construcción de armas que les sirvieron para vencer a esos animales y para defenderse de los ataques de los otros. En esa forma inventaron el arco, la flecha y la lanza. Entre las dos familias nació una rivalidad que nadie hubiera creído posible hasta entonces: la cantidad de animales cazados, la mayor destreza demostrada en el manejo de las armas, la mejor puntería... todo fue motivo de envidia y discusión entre los hermanos. Tan grande fue el rencor, tanto el odio que llegaron a sentir unos contra otros, que decidieron separarse, y Morotí, con su familia, se alejó del hermoso lugar donde vivieran unidos los hermanos, hasta que la codicia, mala consejera, se encargó de separarlos. Y eligió para vivir el otro extremo del bosque, donde ni siquiera llegaran noticias de Pitá y de su familia. Tupá decidió entonces castigarlos. El los había creado hermanos para que, como tales, vivieran amándose y gozando de tranquilidad y bienestar; pero ellos no habían sabido corresponder a favor tan grande y debían sufrir las consecuencias. El castigo serviría de ejemplo para todos los que en adelante olvidaran que Tupá los había puesto en el mundo para vivir en paz y para amarse los unos a los otros. El día siguiente al de la separación amaneció tormentoso. Nubes negras se recortaban entre los árboles y el trueno hacía estremecer de rato en rato con su sordo rezongo. Los relámpagos cruzaban el cielo como víboras de fuego. Llovió copiosamente durante varios días. Todos vieron en esto un mal presagio. Después de tres días vividos en continuo espanto, la tormenta pasó. Cuando hubo aclarado, vieron bajar de un tacú (algarrobo) del bosque, un enano de enorme cabeza y larga barba blanca. Era I-Yará que había tomado esa forma para cumplir un mandato d e Tupá. Llamó a todas las tribus de las cercanías y las reunió en un claro del bosque. Allí les habló de esta manera: Tupá, nuestro creador y amo, me envía. La cólera se ha apoderado de él al conocer la ingratitud de vosotros, hombres. Él los creó hermanos para que la paz y el amor guiaran vuestras vidas... pero la codicia pudo más que vuestros buenos sentimientos y os dejasteis llevar por la intriga y la envidia. Tupá me manda para que hagáis la paz entre vosotros: iPitá! iMoroti! ¡Abrazaos, Tupá lo manda! Arrepentidos y avergonzados, los dos hermanos se confundieron en un abrazo, y tos que presenciaban la escena vieron que, poco a poco, iban perdiendo sus formas humanas y cada vez más unidos, se convertían en un tallo que crecía y crecía ... Este tallo se convirtió en una planta que dio hermosas azucenas moradas. A medida que el tiempo transcurría, las flores iban perdiendo su color, aclarándose hasta llegar a ser blancas por completo. Eran Pitá (rojo) y Morotí (blanco) que, convertidos en flores, simbolizaban la unión y la paz entre los hermanos. Ese arbusto, creado por Tupá para recordar a los hombres que deben vivir unidos por el amor fraternal, es la "AZUCENA DEL BOSQUE". Recopiladoras de "Petaquita de Leyendas" , Ed. Peuser. Azucena Carranza y Leonor Lorda Perellón.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Alejandro Dumas EL HOMBRE DE LA MASCARA DE HIERRO TRES COMENSALES ADMIRADOS DE COMER JUNTOS Al llegar la carroza ante la puerta primera de la Bastilla, se paró a intimación de un centinela, pero en cuanto D'Artagnan hubo dicho dos palabras, levantóse la consigna y la carroza entró y tomó hacia el patio del gobierno. D'Artagnan, cuya mirada de lince lo veía todo, aun al través de los muros, exclamó de repente: ––¿Qué veo? ––¿Qué veis, amigo mío? ––preguntó Athos con tranquilidad. ––Mirad allá abajo. ––¿En el patio? ––Sí, pronto. ––Veo una carroza; habrán traído algún desventurado preso como yo. ––Apostaría que es él, Athos. ––¿Quién? ––Aramis. ––¡Qué! ¿Aramis preso? No puede ser. ––Yo no os digo que esté preso, pues en la carroza no va nadie más. ––¿Qué hace aquí, pues? ––Conoce al gobernador Baisemeaux, ––respondió D'Artagnan con socarronería: ––llegamos a tiempo. ––¿Para qué? ––Para ver. ––Siento de veras este encuentro, ––repuso Athos, ––al verme, Aramis se sentirá contrariado, primeramente de verme, y luego de ser visto. ––Muy bien hablado. ––Por desgracia, cuando uno encuentra a alguien en la Bastilla, no hay modo de retroceder. ––Se me ocurre una idea, Athos, ––repuso el mosquetero; –– hagamos por evitar la contrariedad de Aramis. ––¿De qué manera? ––Haciendo lo que yo os diga, o más bien dejando que yo me explique a mi modo. No quiero recomendaros que mintáis, pues os sería imposible. ––Entonces?... ––Yo mentiré por dos,, como gascón que soy. Athos se sonrió. Entretanto la carroza se detuvo al pie de la puerta del gobierno. ––¿De acuerdo? ––preguntó D'Artagnan en voz queda, Athos hizo una señal afirmativa con la cabeza, y, junto con D'Artagnan, echó escalera arriba. ––¿Por qué casualidad?... ––dijo Aramis. ––Eso iba yo a preguntaros,––interrumpió D'Artagnan. ––¿Acaso nos constituimos presos todos? ––exclamó Aramis esforzándose en reírse. ––¡Je! eje! ––exclamó el mosquetero, ––la verdad es que las paredes huelen a prisión, que apesta. Señor de Baisemeaux, supongo que no habéis olvidado que el otro día me convidasteis a comer. ––¡Yo! ––exclamó el gobernador. ––¡Hombre! no parece sino que os toma de sorpresa. ¿Vos no lo recordáis? Baisemeaux, miró a Aramis, que a su vez le miró también a él, y acabó por decir con tartamuda lengua: ––Es verdad... me alegro... pero... palabra... que no... ¡Maldita sea mi memoria! ––De eso tengo yo la culpa, ––exclamó D'Artagnan haciendo que se enfadaba. ––¿De qué? ––De acordarme por lo que se ve. ––No os formalicéis, capitán, ––dijo Baisemeaux abalanzándose al gascón; ––soy el hombre más desmemoriado del reino. Sacadme de mi palomar, y no soy bueno para nada. ––Bueno, el caso es que ahora lo recordáis, ¿no es eso? ––repuso D'Artagnan con la mayor impasibilidad. ––Sí, lo recuerdo,––respondió Baisemeaux titubeando. ––Fue en palacio donde me contasteis qué sé yo que cuentos de cuentas con los señores Louvieres y Tremblay. ––Ya, ya. ––Y respecto a las atenciones del señor de Herblay para con vos. ––¡Ah! ––exclamó Aramis mirando de hito en hito al gobernador, ––¿y vos decís que no tenéis memoria, señor Baisemeaux? ––Sí, esto es, tenéis razón, ––dijo el gobernador interrumpiendo a D'Artagnan, ––os pido mil perdones. Pero tened por entendido señor de D'Artagnan que, convidado o no, ahora y mañana, y siempre, sois el amo de mi casa, como también lo son el señor de Herblay y el caballero que os acompaña. ––Esto ya lo daba yo por sobreentendido, ––repuso D'Artagnan; ––y como esta tarde nada tengo que hacer en palacio, venía para catar vuestra comida, cuando por el camino me he encontrado con el señor conde. Athos asintió con la cabeza. ––Pues sí, el señor conde, que acababa de ver al rey, me ha entregado una orden que exige pronta ejecución; y como nos encontrábamos aquí cerca, he entrado para estrecharos la mano y presentaros al caballero, de quien me hablasteis tan ventajosamente en palacio la noche misma en que... Ya sé, ya sé. El caballero es el conde de La Fere, ¿no es verdad? ––El mismo. ––Bien llegado sea el señor conde, ––dijo Baisemeaux. ––Se queda a comer con vosotros, ––prosiguió D'Artagnan, –– mientras yo, voy adonde me llama el servicio. Y suspirando como Porthos pudiera haberlo hecho, añadió: ––¡Oh vosotros, felices mortales! ––¡Qué! ¿os vais? ––dijeron Aramis y Baisemeaux a una e impulsados por la alegría que les proporcionaba aquella sorpresa, y que no fue echada en saco roto por el gascón. ––En mi lugar os dejo un comensal noble y bueno. ––¡Cómo! ––exclamó el gobernador, ¿os perdemos? ––Os pido una hora u hora y media. Estaré de vuelta a los postres. ––Os aguardaremos, ––dijo Baisemeaux. ––Me disgustaríais. ––¿Volveréis? ––preguntó Athos con acento de duda. ––Sí, ––respondió D'Artagnan estrechando confidencialmente la mano a su amigo. Y en voz baja, añadió: ––Aguardadme, poned buena cara, y sobre todo no habléis más que de cosas triviales. Baisemeaux condujo a D'Artagnan hasta la puerta. Aramis, decidido a sonsacar a Athos, le colmó de halagos, pero Athos poseía en grado eminentísimo todas las virtudes. De exigirlo la necesidad, hubiera sido el primer orador del mundo, pero también habría muerto sin articular una sílaba, de requerirlo las circunstancias. Los tres comensales se sentaron, a una mesa servida con el más substancial lujo gastronómico. Baisemeaux fue el único que tragó de veras; Aramis picó todos los platos, Athos sólo comió sopa y una porcioncilla de los entremeses. La conversación fue lo que debía ser entre hombres tan opuestos de carácter y de proyectos. Aramis no cesó de preguntarse por qué singular coincidencia se encontraba Athos en casa de Baisemeaux, cuando D'Artagnan estaba ausente, y por qué estaba ausente D'Artagnan, y Athos se había quedado. Athos sondeó hasta lo más hondo el pensamiento de Aramis, subterfugio e intriga viviente, y vio como en un libro abierto que el prelado le ocupaba y preocupaba algún proyecto de importancia. Luego consideró en su corazón, y se preguntó a su vez por qué D'Artagnan se saliera tan aprisa y por manera tan singular de la Bastilla, dejando allí un preso tan mal introducido y peor inscrito en el registro. Pero sigamos a D'Artagnan que, al subirse otra vez en su carroza, gritó al oído del cochero: Continua
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas NO SOY ASI No soy así mi señor, no soy flor de una noche que no dicta un reproche, así no soy yo. No soy así querido amigo, no soy la otra para nadie, lo que digo yo lo sigo así soy yo. No busco ser nunca "la otra", mi conciencia estaría rota por la traición. Soy mujer y soy señora, no necesito una aurora con un cuerpo y no un amor. Soy la luz y soy la sombra, soy la que en consecuencia obra no puedo ser más que yo.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas 166929 INSTRUMENTO DE PAZ Señor, haz de mi un instrumento de tu paz. Donde haya odio, que yo ponga amor, donde haya ofensa, ponga yo perdon, donde haya discordia, ponga union, donde haya duda, ponga fe. Donde haya angustia, ponga esperanza, donde haya tinieblas, ponga luz, donde haya tristeza, ponga alegria. Maestro, que no busque tanto ser consolado, como consolar, ser comprendido como comprender, ser amado como amar. Porque, dando se recibe, perdonando, se es perdonado, y muriendo, se resucita a la vida eterna. SAN FRANCISCO DE ASIS
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Edmundo de Amicis Mis compañeros de clase Martes, 25 . El chico que envió el sello al calabrés es el que má me agrada de todos. Se llama Garrone, y es el mayor de la clase; tiene cerca de catorce años, la cabeza grande y los hombros anchos; es bueno, lo que se advierte hasta cuando sonríe, y parece que piensa como un hombre. Ahora conozco ya a muchos de mis compañeros. Otro que también me gusta se llama Coretti; lleva un jersey color marrón oscuro y tiene una gorra de piel. Siempre está alegre. Es hijo de un revendedor de leña que fue soldado en la guerra de 1866, de la división del príncipe Humberto, y dicen que tiene tres medallas. Está el pequeño Nelli, un chico jorobadito, endeble y descolorido. hay uno muy bien vestido, que siempre se está quitando las motas de la ropa: Votini. En el banco delante del mío hay otro al que le llaman «el albañilito», por ser su padre albañil; de cara redonda como una manzana y de nariz chata. Tiene una habilidad especial para poner el hocico de liebre; todos le piden que lo haga, y se ríen; lleva un sombrerito viejo, que guarda en el bolsillo como un pañuelo. Junto al albañilito está Garoffi, un tipo alto y delgado, con la nariz de pico de loro y los ojos muy pequeños, que siempre anda traficando con plumas, estampas y cartones de cajas de cerillas; se escribe notas en las uñas para leerlas a hurtadillas cuando da la lección. Hay después un señorito, Carlos Nobis, que parece bastante orgulloso y se encuentra en medio de dos muchachos que me resultan simpáticos: el hijo de un herrero, enfundado en una chaqueta que le llega hasta las rodillas, muy pálido, que parece estar enfermo, siempre con cara de asustado y que no se ríe nunca; y otro, rubio, que tiene un brazo inmóvil que lleva en cabestrillo; su padre fue a América y su madre es verdulera. Es también un tipo curioso mi vecino de la izquierda, Stardi, pequeño y ordinariote, sin cuello y gruñón, que no habla con nadie y parece ser bastante torpe, pero está muy atento a las explicaciones del maestro, sin parpadear, con la frente arrugada y los dientes apretados; si le hacen alguna pregunta cuando habla el maestro, la primera y segunda vez no responde, y a la tercera da al entrometido un codazo o un puntapié. Tiene a su lado a un descarado, bastante sinvergüenza, que se llama Franti y que fue expulsado de otra escuela. Hay dos hermanos, con vestidos iguales, que parecen gemelos y llevan sombrero calabrés con una pluma de faisán. Pero el mejor de todos, el más listo y que seguramente será también el primero este año, es Derossi. El maestro, que ya se ha dado cuenta, le pregunta siempre. Sin embargo yo quiero mucho a Precossi, el hijo del herrero, el de la chaqueta larga, que parece estar enfermo. Dicen que su padre le pega. Es muy tímido; cada vez que pregunta o tropieza con alguien, dice: «Perdona», y mira de continuo con ojos tristes y bondadosos. Garrone es, sin duda, el mayor y el mejor de todos.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas uuuuhh clausecita!! si bien cuenta la historia que es un personaje francés encerrado en la Bastilla! Hay una historia en Italia en el piamonte de un prisionero con la mascara de hierro! que liiindo! Clau la historia esta me encanta por el hecho uno de sus personajes estuvo en la ciudad que nacío mi abu ... Existe un personaje en la Benigne d’Auvergne de St. Mars que finalizó sus días como gobernador de la Bastilla. Se trataba de un oficial de prisiones en diversas cárceles de su majestad Luis XIV. De 1665 a 1681 estuvo destinado en la fortaleza de Pinerolo luego paso a la fortificación de Exile, donde estuvo hasta 1687, cuando fue nombrado gobernador de los Fuertes Reales de Santa Margarita y San Honorio, localizados en las Islas de Lerms en el golfo de Cannes, y es allí donde comienza la historia.
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Que bueno!!!! Me alegro muchisimo,que te guste y te llegue al corazón de manera tan especial ,como ocurre con lo que tiene relación con nuestros orígenes y afectos!!!!
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Alejandro Dumas EL HOMBRE DE LA MASCARA DE HIERRO –¡A PALACIO Y A ESCAPE! Lo que pasaba en el Louvre durante la cena de la Bastilla Saint-Aignán, por encargo del rey, había visto a La Valiére: pero por mucha que fuese su elocuencia, no pudo persuadir a Luisa de que el rey tuviese un protector tan poderoso como eso, y de que no necesitaba de persona alguna en el mundo cuando tenía de su parte al soberano. En efecto, no bien hubo el confidente manifestado que estaba descubierto el famoso secreto, cuando Luisa, deshecha en llanto, empezó a lamentarse y a dar muestras de un dolor que no le habría hecho mucha gracia al rey si hubiese podido presenciar la escena. Saint-Aignán, embajador, se lo contó todo al rey con todos su pelos y señales. ––Pero bien––repuso Luis cuando Saint-Aignán se hubo explicado, ––¿qué ha resuelto Luisa? ¿La veré a lo menos antes de cenar? ¿Vendrá o será menester que yo vaya a su cuarto? ––Me parece, Sire, que si deseáis verla, no solamente deberéis dar los primeros pasos, mas también recorrer todo el camino. ––¡Nada para mí! ¡Ah! ¡muy hondas raíces tiene echadas en su corazón ese Bragelonne! ––dijo el soberano. ––No puede ser eso que decís, Sire, porque ––Sí, Sire, pero... ––¿Qué? ––interrumpió con impaciencia el monarca. ––Pero advirtiéndome que, de no hacerlo yo, lo arrestaría vuestro capitán de guardias. ––¿No os dejaba en buen lugar desde el instante en que no os obligaba? ––Sí a mí, Sire, pero no a mi amigo. ––¿Por qué no? ––Es más claro que la luz, porque fuese arrestado por mí o por el capitán de guardias, para mi amigo el resultado era el mismo. ––¿Y esa es vuestra devoción, señor de D'Artagnan? ¿una devoción que razona y escoge? Vos no sois soldado. ––Espero que Vuestra Majestad me diga qué, soy. ––¡Un frondista! ––En tal caso desde que se acabó la Fronda, Sire... ––¡Ah! Si lo que decís es cierto... ––Siempre es cierto lo que digo. Sire. ––¿A qué habéis venido? Vamos a ver. ––A deciros que el señor conde de La Fere está en la Bastilla. ––No por vuestro gusto, a fe mía. ––Es verdad, Sire: pero está allí, y pues allí está, importa que Vuestra Majestad lo sepa. ––¡Señor de D'Artagnan ¡estáis provocando a vuestro rey! ––Sire... ––¡Señor de D'Artagnan! ¡estáis abusando de mi paciencia! ––Al contrario, Sire. ––¡Cómo! ¿al contrario decís? ––Sí, Sire: porque he venido para hacer que también me arresten a mí. ––¡Para que os arresten a vos! ––Está claro. Mi amigo va a aburrirse en la Bastilla; por lo tanto, suplico a Vuestra Majestad me dé licencia para ir a hacerle compañía. Basta que Vuestra Majestad pronuncie una palabra para que yo me arreste a mí mismo; yo os respondo de que para eso no tendré necesidad del capitán de guardias. El rey se abalanzó a su bufete y tomó la pluma para dar la orden de aprisionar a D'Artagnan, ––¡No olvidéis que es para toda la vida! ––exclamó el rey con acento de amenaza. ––Ya lo supongo ––repuso el mosquetero; ––porque una vez hayáis cometido ese abuso, nunca jamás os atreveréis a mirarme cara a cara, ––¡Marchaos! ––gritó el monarca, arrojando con violencia la pluma. ––No, si os place, Sire. ––¡Cómo que no! ––He venido para hablar persuasivamente con el rey, y es triste que el rey se haya dejado llevar de la cólera; pero no por eso dejaré de decir a Vuestra Majestad lo que tengo que decirle. ––¡Vuestra dimisión! ¡vuestra dimisión! ––gritó el soberano. ––Sire ––replicó D'Artagnan, ––ya sabéis que no estoy apegado a mi empleo; en Blois os ofrecí mi dimisión 01 día en que negasteis al rey Carlos el millón que le regaló mi amigo el conde La Fere. '––Pues venga inmediatamente. ––No Sire, porque no es mi dimisión lo que ahora estamos ventilando. ¿No ha tomado Vuestra Majestad la pluma para enviarme a la Bastilla? ¿Por qué, pues, muda de consejo Vuestra Majestad? ––¡D'Artagnan! ¡gascón testarudo! ¿quién es el rey aquí? ¿vos o yo? ––Vos, Sire, por desgracia. ––¡Por desgracia! ––Sí, Sire, porque de ser yo el rey... ––Aplaudiríais la rebelión del señor de D'Artagnan, ¿no es así? ––¡No había de aplaudirla! ––¿De veras? ––dijo Luis XIV encogiendo los hombros. ––Y ––continuó D'Artagnan, ––diría a mi capitán de mosqueteros, mirándole con ojos humanos y no con esas ascuas: “Señor de D'Artagnan, he olvidado que soy el rey: he bajado de mi trono para ultrajar a un caballero”. ––¿Y vos estimáis que es excusar a vuestro amigo el sobrepujarlo en insolencia? ––prorrumpió Luis. ––¡Ah! Sire ––dijo D'Artagnan, ––yo no me quedaré en los términos que él, y vuestra será la culpa. Yo voy a deciros lo que él, el hombre delicado por excelencia, no os ha dicho; yo os diré: Sire, habéis sacrificado a su hijo, y él defendía a su hijo; lo habéis sacrificado a él, siendo así que os hablaba en nombre de la religión y la virtud, y lo habéis apartado, aprisionado. Yo seré más inflexible que él, Sire, y os diré: Sire, elegid. ¿Queréis amigos o lacayos? ¿soldados o danzantes de reverencias? ¿grandes hombres o muñecos? ¿queréis que os sirvan o que ante vos se dobleguen? ¿que os amen o que os teman? Si preferís la bajeza, la intriga, la cobardía, decidlo, Sire; nosotros, los únicos restos, qué digo, los únicos modelos de la valentía pasada, nos retiraremos, después de haber servido y quizá sobrepujado en valor y mérito a hombres ya resplandecientes en el cielo de la posteridad. Elegid, Sire, y pronto. Los contados grandes señores que os quedan, guardadlos bajo llave; nunca os faltarán cortesanos. Apresuraos, Sire, y enviadme a la Bastilla con mi amigo; porque si no habéis escuchado al conde de La Fere, es decir la voz más suave y más noble del honor, ni escucháis a D'Artagnan, esto es, la voz más franca y ruda de la sinceridad, sois un mal rey, y mañana seréis un rey irresoluto; y a los reyes malos se les aborrece, y a los reyes irresolutos se les echa. He ahí lo que tenía que deciros, Sire: muy mal habéis hecho al llevarme hasta ese extremo. Luis XIV se dejó caer frío y pálido en su sillón; era evidente que un rayo que le hubiese caído a los dos no le habría causado más profundo asombro: no parecía sino que iba a expirar. Aquella ruda voz de la sinceridad, como la llamó D'Artagnan, le entró en el corazón cual la hoja de un puñal. D'Artagnan había dicho cuanto tenía que decir, y haciéndose cargo de la cólera del rey, desenvainó lentamente, se acercó con el mayor respeto a Luis XIV, y dejó sobre el bufete su espada, que casi al mismo instante rodó por el suelo impelida por un ademán de furia del rey, hasta los pies de D'Artagnan. Por mucho que fuese el dominio que sobre él tenía, el mosquetero palideció a su vez, y temblando de indignación, exclamó: ––Un rey puede retirar su favor a un soldado, desterrarlo, condenarlo a muerte; pero aunque fuese cien veces rey, no tiene derecho a insultarlo deshonrando su espada. Sire, nunca en Francia ha habido rey alguno que haya repelido con desprecio la espada de un hombre como yo. Está espada mancillada ya no tiene otra vaina que mi corazón o el vuestro, y dad gracias a Dios y a mi paciencia de que escoja el mío. Y abalanzándose a su espada, añadió: Sire, caiga mi sangre sobre vuestra cabeza. Y apoyando en el suelo la empuñadura de su espada, D'Artagnan se precipitó con rapidez sobre la punta, dirigida contra su pecho. El rey hizo un movimiento todavía más veloz que el de D'Artagnan, rodeó el cuello de éste con el brazo derecho, y tomando con la mano izquierda la espada por la mitad de la hoja, la envainó silenciosamente, sin que el mosquetero, envarado, pálido y todavía tembloroso, le ayudase para nada. Entonces, Luis XIV, enternecido, se sentó de nuevo en el bufete, tomó la pluma, trazó algunas líneas, echó su firma al pie de ellas, y tendió la mano al capitán. ––¿Qué es ese papel, Sire? ––preguntó el mosquetero. ––La orden al señor de D'Artagnan de que inmediatamente ponga en libertad al señor conde de La Fere. D'Artagnan asió la mano del rey y se la besó; luego dobló la orden, la metió en su pechera y salió, sin que él ni su majestad hubiesen articulado palabra. ––¡Oh corazón humano! ¡norte de los reyes! ––murmuró Luis cuando estuvo solo. ––¿Cuándo leeré en tus senos como en un libro abierto? No, yo no soy un rey malo ni irresoluto, pero todavía soy un niño. Continua
Re: ... de poetas, cuentos y leyendas Me alegro que te guste clause. Estoy recopilando unas cuantas más , a ver si pongo otra.