Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    [​IMG]


    El día de los Difuntos

    Miércoles, 2


    Este día está consagrado a la conmemoración
    de los fieles difuntos. ¿Sabes, Enrique, a qué
    muertos debéis dedicar un recuerdo especial
    para vosotros los muchachos? A quienes más
    se distinguieron durante la vida en su amor a
    los niños y a los adolescentes. ¡Cuántas de esas
    personas beneméritas mueren de continuo!
    ¿Has pensado alguna vez en los muchísimos
    padres que consumieron su existencia en el
    trabajo, y en las madres que bajaron al sepulcro
    prematuramente extenuadas por las privaciones
    que soportaron para sustentar a sus hijos?

    ¿No sabes que ha habido padres que llegaron al
    fin de su vida desesperados por ver a sus hijos en
    la miseria, y que muchas mujeres perecieron de
    pena o se volvieron locas ante la pérdida de un
    hijo? Piensa hoy en todos esos muertos, Enrique.
    Piensa en tantas maestras que murieron jóvenes
    consumidas por el diario quehacer escolar para
    bien de los niños, de los cuales no quisieron
    separarse; piensa en los médicos que murieron
    de enfermedades contagiosas de las que no se
    precavían por curar a los niños; piensa en todos
    aquellos que en los naufragios, en los incendios,
    en las épocas de hambre, en un momento de
    supremo peligro, cedieron a la infancia el último
    pedazo de pan, la última tabla de salvación, la
    última cuerda para librarse de las llamas, y
    expiraron satisfechos de su sacrificio que
    conservaba la vida de un pequeño inocente.

    Son innumerables, Enrique, esos muertos; todo
    cementerio encierra centenares de santas criaturas,
    que, si pudieran levantarse por un momento de la
    sepultura, nos dirían el nombre de algún niño al que
    sacrificaron los placeres de la juventud, el sosiego de
    la vejez, los sentimientos, la inteligencia, la vida;
    esposas de veinte años, hombres en la flor de la edad,
    ancianas octogenarias, jovencitos -heroicos y oscuros
    mártires de la infancia-, tan grandes y gallardos, que
    no produce la tierra tantas flores como debiéramos
    poner en sus sepulcros. ¡Cuánto se quiere a los niños!

    Piensa hoy con gratitud en esos muertos y serás mejor
    y más afable con los que te quieren y trabajan por ti,
    afortunado hijo mío, tú que en el día de los fieles difuntos
    no tienes aún que llorar a ninguno.

    Tu madre
     
  2. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Que bonito, Maia!!:happy:
     
  3. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Alejandro Dumas
    EL HOMBRE DE LA MASCARA DE HIERRO

    Capítulo 10

    EL TENTADOR

    ––Príncipe mío, ––dijo Aramis volviéndose en la carroza, hacia su compañero, ––por muy poco que yo valga, por menguado que sea mi ingenio, por muy ínfimo que sea el lugar que ocupo en la escala de los seres pensadores, nunca he hablado con un hombre de quien no haya leído en su imaginación al través de la máscara viviente echada sobre nuestra inteligencia para reprimir sus manifestaciones. Pero esta noche, en medio de la oscuridad que nos envuelve y de la reserva en que os veo, no me será dable leer en vuestras facciones, y una voz secreta me dice que me costará trabajo arrancaros una palabra sincera. Os suplico, pues, no por amor a mí, pues los vasallos deben no pesar nada en la balanza de los príncipes, sino por amor a vos, que grabéis en vuestra mente mis palabras y las inflexiones de mi voz, que en las graves circunstancias en que estamos metidos, tendrán cada una de ellas su significado y su valor, como jamás lo habrán tenido en el mundo otras palabras.

    ––Escucho, ––repitió con decisión el príncipe, ––sin ambicionar ni temer cuanto vais a decirme.

    Dijo, y se hundió todavía más en los mullidos almohadones de la carroza, no sólo para sustraerse fisicamente a su compañero, mas también para arrancar a éste aun la suposición de su presencia. Estaban completamente a oscuras.

    ––Monseñor, ––continuó Aramis, ––os es conocida la historia del gobierno que hoy rige los destinos de Francia. El rey ha salido de una infancia cautiva, oscura y estrecha como la vuestra, con la diferencia, sin embargo, de que en vez de sufrir, como vos, la esclavitud de la prisión, la oscuridad de la soledad y la estrechez de la vida oculta, ha pasado su infortunio, sus humillaciones y estrecheces en plena luz del implacable sol de la realeza, anegada en claridad en que toda tacha parece asqueroso fango, en que toda gloria parece una tacha. El rey ha padecido, y en sus padecimientos ha acumulado rencores, y se vengará, lo cual significa que será un mal rey. No digo que derrame sangre como Luis XI o Carlos IX, pues no tiene que lavar injurias mortales; pero devorará el dinero y la subsistencia de sus vasallos, porque ha padecido injurias de interés y de dinero. Así pues, cuando examino de frente los méritos y los defectos de ese príncipe, lo primero que hago es poner a salvo mi conciencia, que me absuelve de que le condene.

    Aramis hizo una pausa para coordinar sus ideas y para dejar que las palabras que acababa de pronunciar se grabasen hondamente en el espíritu de Felipe.

    ––Dios todo lo hace bien, ––prosiguió el obispo de Vannes; y de esto estoy tan persuadido, que desde un principio me felicité de que me hubiese escogido por depositario del secreto que os he ayudado a descubrir. Dios, justiciero y previsor, para consumar una grande obra necesitaba un instrumento inteligente, perseverante, convencido; y ese instrumento soy yo, que estoy dotado de clara inteligencia, soy perseverante y estoy convencido, yo, que gobierno un pueblo misterioso que ha tomado por divisa la de Dios: “Patiens quia aeternus!”

    El príncipe hizo un movimiento.

    ––Conozco que habéis levantado la cabeza, monseñor, ––prosiguió Aramis, ––y que os admira que yo gobierne un pueblo. No pudisteis imaginar que tratabais con un rey. ¡Ah! monseñor, soy rey, es verdad, pero rey de un pueblo humildísimo y desheredado: humilde, porque sólo tiene fuerza arrastrándose; desheredado, porque en este mundo casi nunca cosecha el trigo que siembra, no come el fruto que cultiva. Trabaja por una abstracción, reune todas las moléculas de su poder para formar con ellas un hombre, y con las gotas de su sudor forma una nube alrededor de ese hombre, que a su vez y con su ingenio debe convertirla en una aureola abrillantada con los rayos de todas las coronas de la cristiandad. Este es el hombre que está a vuestro lado, monseñor; lo cual equivale a deciros que os he sacado del abismo a impulsos de un gran designio, y que en mi esplendoroso designio quiero haceros superior a las potestades de la tierra y a mí.

    ––Me habláis de la secta religiosa de la cual sois la cabeza, –– dijo el príncipe tocando ligeramente en el brazo de Aramis. –– Ahora bien, de lo que me habéis dicho resulta, a mi modo de ver, que el día que os propongáis precipitar a aquel a quien habréis encumbrado, lo precipitaréis, y tendréis bajo vuestro dominio a vuestro dios de la víspera.

    ––No, monseñor, ––replicó el obispo; ––si yo no tuviese dos miras, no habría arriesgado una partida tan terrible con vuestra alteza real. El día que seréis encumbrado, lo estaréis para siempre; al poner el pie en el estribo, todo lo derribaréis, todo lo arrojaréis tan lejos de vos, que nunca jamás su vista os recordará ni siquiera su derecho a vuestra gratitud.

    ––¡Oh! caballero.

    ––Vuestra exclamación, monseñor, es hija de la nobleza de vuestro corazón. Gracias. Tened por seguro que aspiro a más que a la gratitud; tengo la certidumbre de que, al llegar vos a la cima, me juzgaréis todavía más digno de vuestra amistad, y que ambos obraremos tales portentos, que serán recordados de siglo en siglo.

    ––Decidme sin reticencias lo que soy actualmente y qué os proponéis que sea en el día de mañana, ––repuso el príncipe.

    ––Sois el hijo del rey Luis XIII, hermano del rey Luis XIV, y heredero natural y legítimo del trono de Francia. Conservándoos junto a él, como ha hecho con su hermano menor Felipe, el rey se reservaba el derecho de ser soberano legítimo. Sólo Dios y los médicos podían disputarle la legitimidad. Los médicos prefieren siempre al rey que reina al que no reina, y Dios no obraría bien perjudicando a un príncipe digno. Pero Dios ha permitido que os persiguieran, y esa persecución os consagra hoy rey de Francia. ¿Os lo disputan? prueba que tenéis derecho a reinar; ¿os secuestran? señal que teníais derecho a ser proclamado; ¿no se han atrevido a derramar vuestra sangre como la de vuestros servidores? es que vuestra sangre es divina. Ved ahora lo que ha hecho en vuestro provecho Dios, a quien tantas veces habéis acusado de haberos perseguido sin descanso. Mañana, o pasado mañana, a la primera ocasión, vos, fantasma real, retrato viviente de Luis XIV, os sentaréis en su trono, del que la voluntad de Dios, confiada a la ejecución del brazo de un hombre, lo habrá precipitado sin remisión.

    ––Comprendo, no derramarán la sangre de mi hermano.

    ––Sólo vos seréis el árbitro de su destino.

    ––El secreto que han abusado respecto de mí...

    ––Lo usaréis vos para con él. ¿Qué hacía él para ocultarlo? Os escondía. Vivo retrato suyo, descubriríais la trama urdida por Mazarino y Ana de Austria. Vos tendréis el mismo interés en guardar bajo llave al que, preso, se os parecerá, como vos os parecíais a él siendo rey.

    ––Vuelvo a lo que os decía. ¿Quién lo custodiará?

    ––El mismo que os custodiaba a vos.

    ––Y decidme, ¿quién está en ese secreto, aparte de vos que lo habéis vuelto en mi provecho?

    ––La reina madre y la señora de Chevreuse.

    ––¿Qué harán?

    ––Nada, si vos queréis.

    ––No entiendo.

    ––¿Cómo van a conoceros si vos obráis de modo que no os conozcan?

    ––Es verdad; pero hay otras dificultades más graves todavía.

    ––¿Cuáles?

    ––Mi hermano está casado, y yo no puedo quitarle su mujer.

    ––Haré que España consienta en un repudio, está bien con vuestra nueva política y con la moral humana. Así saldrá beneficiado todo lo noble y útil.

    ––El rey, secuestrado, hablará.

    ––¿A quién? ¿A las paredes?

    ––¿Llamáis paredes a los hombres en quienes tendréis vos depositada vuestra confianza?

    Continua


     
  4. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Alejandro Dumas
    EL HOMBRE DE LA MASCARA DE HIERRO
    Capítulo 10 segunda parte
    En caso necesario, sí. Por otra parte, los designios de Dios no se detienen en tan buen camino. Un plan de tal magnitud se completa con los resultados, como un cálculo geométrico. El rey, secuestrado, no constituirá para vos el obstáculo que vos para el soberano reinante. Dios ha dotado de un alma orgullosa e impaciente a vuestro hermano, a quien, además, ha enervado, desarmado con el goce de los honores y el hábito del poder soberano. Dios, que tenía dispuesto que el resultado del cálculo geométrico de que os he hablado fuese vuestro advenimiento al trono y la destrucción de cuanto os es perjudicial, ha decidido que el vencido acabe sus sufrimientos a poco de haber vos acabado con los vuestros. Dios ha preparado, pues, el alma y el cuerpo del rey para la brevedad de la agonía. Vos, aprisionado como un particular, secuestrado con vuestras dudas, privado de todo, con el hábito de una vida solitaria, habéis resistido; pero vuestro hermano, cautivo, olvidado, restricto, no soportará su desventura y Dios llamará a sí su alma en el tiempo prefijado, esto es, pronto.

    ––Desterraré al rey destronado, ––repuso con voz nerviosa Felipe; ––será más humano.

    ––Vos resolveréis, monseñor, ––dijo Aramis. ––Ahora decidme, ¿he planteado claramente el problema? ¿lo he resuelto conforme a los deseos o a las previsiones de Vuestra Alteza Real?

    ––Excepto dos cosas, nada habéis olvidado.

    ––¿La primera?

    ––Hablemos de ella sin tardanza y con la misma franqueza que ha informado hasta ahora nuestra conversación, hablemos de las causas que pueden echar por tierra las esperanzas que hemos concebido; de los peligros que corremos.

    ––Estos serían inmensos, infinitos, espantosos, insuperables, si, como os he manifestado, no concurriese todo a anularlos en absoluto. Ni vos ni yo corremos peligro alguno si la constancia y la intrepidez de vuestra Alteza Real corren parejas con el milagroso parecido que la naturaleza os ha dado con el rey. Repito, pues, que no hay peligro alguno, pero sí obstáculos, por más que este vocablo común a todos los idiomas, tenga para mí un significado tan obscuro, que de ser yo rey lo haría suprimir por absurdo e inútil.

    ––Pues hay un obstáculo gravísimo, un peligro insuperable que vos olvidáis, ––replicó el príncipe.

    ––¿Cuál?

    ––La conciencia que grita, el remordimiento que desgarra.

    ––Es verdad, ––dijo Herblay; ––hay tal encogimiento de ánimo, vos me lo recordáis. Tenéis razón, es un obstáculo poderosísimo. El caballo que tiene miedo a la zanja, cae en ella y se mata; el hombre que cruza su acero temblando, deja a la espada enemiga huecos por los cuales pasa la muerte. Es verdad, es verdad.

    ––¿Tenéis hermanos? ––preguntó el joven.

    ––Estoy solo en el mundo, ––respondió Aramis con voz nerviosa y estridente como el amartillar de una pistola.

    ––Pero a lo menos amáis a alguien, ––repuso Felipe. ––¡A nadie! Pero digo mal, monseñor, os amo a vos.

    ––El joven se abismó en un silencio tan profundo, que para el obispo se convirtió en ruido insufrible el que producía su aliento.

    ––Monseñor, ––continuó Aramis, ––todavía no he manifestado a Vuestra Alteza Real cuanto tenía que manifestarle; todavía no he ofrecido a mi príncipe todo el caudal de saludables consejos y de útiles expedientes que para él he acumulado. No se trata de hacer brillar un rayo a los ojos del que se complace en la obscuridad; no de hacer retumbar las magnificencias del cañón en los oídos del hombre pacífico que se recrea en el sosiego y en la vista de los campos. No, monseñor; en mi mente tengo preparada vuestra dicha, mis labios van a verterla, tomadla cuidadosamente para vos, que tanto habéis amado el firmamento, los verdes prados y el aire puro. Conozco una tierra de delicias, un paraíso ignorado, un rincón del mundo en el que solo, libre, desconocido, entre bosques, flores y aguas bullidoras, olvidaréis todas las miserias de que la locura humana, tentadora de Dios, os ha hablado hace poco. Escuchadme, príncipe mío, y atended, que no me burlo. Mi alma me tengo, monseñor, y leo en las profundidades de la vuestra. No os tomaré incompleto para arrojaros en el crisol de mi voluntad, de mi capricho, o de mi ambición. O todo o nada. Estáis atropellado, enfermo, casi muerto por el exceso de aire que habéis respirado durante la hora que hace gozáis de libertad; y es ésta, para mí, señal evidente de que querréis continuar respirando con tal ansia. Limitémonos, pues, a una vida más humilde, más adecuada a nuestras fuerzas. A Dios pongo por testigo de que quiero que surja vuestra felicidad de la prueba en que os he puesto.

    ––Explicaos, ––exclamó el príncipe con viveza que dio que pensar a Aramis.

    ––En el Bajo Poitú conozco yo una comarca, ––prosiguió el prelado, ––de la que no hay en Francia quien sospeche que exista. Ocupa dicha comarca una extensión de veinte leguas... Es inmensa, ¿no es verdad? Veinte leguas, monseñor, cubiertas de agua, hierbas y juncales, y con islas pobladas de bosques. Aquellos grandes y profundos pantanos cuajados de cañaverales, duermen en silencio bajo la sonrisa del sol. Algunas familias de pescadores los cruzan perezosamente con sus grandes barcas de álamos y abedules, de suelo cubierto con una alfombra de cañas y techo labrado de entretejidos y resistentes juncos. Aquellas barcas, aquellas casas flotantes, van... adonde las lleva el viento. Si tocan la orilla, es por acaso, y tan blandamente, que el choque no despierta al pescador, si está dormido. Si premeditadamente llega a la orilla, es que ha visto largas bandadas de rascones o de avefrías, de gansos o de pluviales, de cercetas o de becazas, de los que hace presa con el armadijo o con el plomo del mosquete. Las plateadas alosas, las descomunales anguilas, los lucios nerviosos, las percas rosadas y cenicientas caen en incontable número en las redes del pescador, que escoge las piezas mejores y suelta las demás. Allí no han sentado nunca la planta soldado ni ciudadano alguno; allí el sol benigno; allí hay trozos de terreno que producen la vid y alimentan con generoso jugo los hermosos racimos de uvas negras o blancas. Todas las semanas una barca va a buscar, en la tahona común, el pan caliente y amarillento cuyo olor atrae y acaricia desde lejos. Allí viviréis como un hombre de la antigüedad. Señor poderoso de vuestros perros de aguas, de vuestros sedaes, de vuestras escopetas y de vuestra hermosa casa de cañas, viviréis allí en la opulencia de la caza, en la plenitud de la seguridad, así pasaréis los años, al cabo de los cuales, desconocido, transformado, habréis obligado a Dios a que os depare un nuevo destino. En este talego hay mil doblones, monseñor; esto es más de lo que se necesita para comprar todo el pantano de que os he hablado, para vivir en él más años que no días alentaréis, para ser el más rico, libre y dichoso de la comarca. Aceptad el dinero con la misma sinceridad, con el mismo gozo con que os lo ofrezco, y sin más dilaciones vamos a desenganchar dos de los cuatro caballos de la carroza; el mudo, mi servidor, os conducirá, andando de noche y durmiendo de día, hasta aquella tierra, y a lo menos me cabrá así la satisfacción de haber hecho por mi príncipe lo que por su voluntad mi príncipe habrá escogido. Habré labrado la felicidad de un hombre, lo cual me premiará Dios con más creces que no si convirtiera a ese hombre en poderoso; y cuenta que lo primero es imponderablemente más difícil. ¿Qué respondéis, monseñor? Aquí está el dinero... No titubeéis. El único peligro que corréis en el Poitú es el de tomar las fiebres; pero aun en este caso contaréis con los curanderos de allí, que al saber vuestro dinero vendrán a curaros. De jugar la otra partida, la que sabéis, corréis el riesgo de que os asesinen en un trono u os estrangulen en una cárcel. En verdad os digo, monseñor, que ahora que he explorado los dos caminos, no titubearía.

    ––Caballero, ––repuso el príncipe, ––dejadme que, antes de resolver, me baje de la carroza, ande un poco, y consulte la voz con que Dios hace hablar a la naturaleza libre. Dentro d diez minutos os contestaré.

    ––Hágase como decís, ––dijo Herblay inclinándose, ––dijo Herblay inclinándose con respeto, tan augusta y solemne había sido la voz del príncipe al decir sus últimas palabras.

    Continua
     
  5. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    que este extraño prisionero era un joven hermoso,
    alto y de buen carácter a quien no se le negaba nada de
    lo que solicitaba en su prisión.

    La mejor cena y que su carcelero pasaba algunas veces con él.
    Cuenta que gustaba de las ropas finas con encajes, tocar
    la guitarra y que un sordomudo le proveia el alimento.
     
  6. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Que lindo Maia!! el misterio que encierra esta leyenda es el mayor atractivo!!:happy:
     
  7. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Si realmente parace una historia encantada clau!
    ... vista en la realidad pobre prisionero.
    un verdadero calvario!...
    aunque la historia no se juzga!:happy:
     
  8. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas


    Si ,vista subjetivamente, era de una crueldad tremenda!! ...pero desde lo objetivo, el encanto del misterio,es lo que hace que la leyenda se sustente!!:happy:
     
  9. Jah

    Jah Hija de Gaïa

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Hola a tod@s!!!:icon_biggrin:

    Bueno, la verdad que no participo mucho en foro (aunque leo mucho), espero que no me lo tengais en cuenta.

    Vengo para dejarles mi pequeña participacion........

    Alguna vez os habeis preguntado por qué los cuervos son negros? bueno, aqui dejo esta leyenda animada que espero sea de vuestro agrado



    "La leyenda del espantapajaros"

     
  10. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Que preciosa Jah!!!:razz: :razz:
     
  11. Jah

    Jah Hija de Gaïa

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Me alegro mucho que te haya gustado Clause:beso:

    La verdad que me decidi a meterlo aqui timidamente:icon_redface: :happy:

    :79regalofloressorpr
     
  12. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    aaaayy jah[​IMG]!!! que maravilla!
    gracias
     
  13. Jah

    Jah Hija de Gaïa

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Asi da gusto mai, con buenas personas que saben apreciarlo:beso:

    Me gusta mucho este hilo, como decia al principio os leo mucho. A ver si me animo a seguir podiendoos mas cosillas

    :79regalofloressorpr
     
  14. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Si Jah!! nos encantaría que sigas participando tambien aportando cosas!!...La leyenda de hoy ,realmente preciosa!!:razz: :5-okey:
     
  15. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Alejandro Dumas
    EL HOMBRE DE LA MASCARA DE HIERRO
    capítulo 11
    CORONA Y TIARA

    Aramis se apeó para tener la portezuela al príncipe, el cual se estremeció de los pies a la cabeza al sentar la planta en el césped, y dio una vuelta alrededor de la carroza con paso torpe y casi tambaleándose, como si no estuviese acostumbrado a caminar por la tierra de los hombres.

    Eran las once de la noche del 15 de agosto; gruesas nubes, presagio de tormenta, cubrían el espacio y ocultaban la luz de las estrellas y la perspectiva. Las extremidades de las alamedas apenas resaltaban sobre los sotos por una penumbra gris opaca perceptible tan sólo, en medio de aquella negrura, tras atento examen. Pero el olor de la hierba, las acres emanaciones de las encinas, la atmósfera templada por vez primera después de tantos años le envolvía, la inefable fruición de libertad en medio del campo, hablaban un lenguaje tan seductivo para el príncipe, que, sea cual fuere el recato, casi diremos el disimulo de que hemos intentado dar idea, dio rienda a la emoción y exhaló un suspiro de gozo.

    Poco a poco levantó el joven su entorpecida cabeza, y respiró las diferentes capas de aire a proporción que le acariciaban el rostro cargadas de aromas. Con los brazos cruzados sobre el pecho como para impedirle que reventara a la invasión de aquella nueva felicidad, aspiró con delicia al aire desconocido que de noche circula bajo las bóvedas de los altos bosques. Aquel cielo que se le ofrecía a la mirada, aquellas aguas que le enviaban sus murmullos, aquellas criaturas a quienes veía moverse, ¿no eran la realidad? ¿No era un loco Aramis creyendo que en el mundo podía anhelarse más?

    La embriagadora perspectiva de la vida campestre, libre de cuidados, temores y escaseces, el océano de días venturosos que reverbera a los ojos de la juventud, he ahí el verdadero cebo en que puede quedar prendido un infeliz cautivo, gastado por las piedras del calabozo, enervado por la falta de aire de la prisión. Y aquél fue el cebo que le presentó Aramis al ofrecerle los mil doblones y el encantado edén que ocultaban a los ojos del mundo los desiertos del Bajo Poitú.

    Tales eran las reflexiones que se hacía Aramis mientras con ansiedad indecible seguía la marcha silenciosa de las alegrías del príncipe, a quien veía abismarse gradualmente en las profundidades de su meditación.

    Con efecto, Felipe, absorto, ya no tocaba con los pies en el suelo, y su alma, que de un vuelo subiera hasta el excelso trono, suplicaba a Dios que en medio de aquella incertidumbre, de la que debía salir su vida o su muerte, le concediese un rayo de luz.

    Fue aquel un momento terrible para el obispo de Vannes; y es que aun no se había encontrado nunca en presencia de un infortunio tan inmenso. Aquella alma de bronce, acostumbrada a luchar contra obstáculos ante los cuales no se halló jamás inferior ni vencido, iba a naufragar en aquel vasto plan por no haber previsto la influencia que ejercía en un cuerpo humano un punado de hojas regadas por algunos litros de aire.

    Aramis, clavado en su sitio por la angustia de la duda, contempló pues la dolorosa agonía de Felipe, que sostenía la lucha contra los dos ángeles misteriosos. Aquel suplicio duró los diez minutos que solicitara el joven. El cual, durante aquella eternidad, no cesó de mirar el cielo con ojos de súplica, tristes y humedecidos; como Aramis no apartó de Felipe los suyos, preñados de avidez, inflamados y devoradores.

    Felipe bajó de repente la cabeza, y es que su pensamiento había bajado nuevamente a la tierra. Al joven se le endureció la mirada, arrugósele la frente, y armósele de resolución indómita la boca; luego volvió a quedar con los ojos fijos, que por ahora se reflejaba en ellos la llama de los humanos esplendores; ahora su mirada era como la de Satanás cuando, en la cima de la montaña, quería tentar a Jesucristo mostrándole los reinos y las potestades de la tierra.

    La mirada de Aramis se hizo tan suave como antes era sombría. Felipe, con además veloz y nervioso, acababa de tomarle la mano, diciendo:

    ––Vamos adonde se encuentra la corona de Francia.

    ––¿Es esa vuestra decisión, príncipe mío? ––preguntó Aramis.

    ––Sí.

    ––¿Irrevocable?

    Felipe ni siquiera se dignó responder; se limitó a mirar al obispo, como para preguntar si un hombre puede volver sobre su acuerdo.

    ––Vuestras miradas son los dardos de fuego que pintan los caracteres, ––dijo Aramis inclinándose hasta la mano de Felipe. ––Seréis grande, monseñor, yo soy quien os lo pronostico.

    ––Anudemos la conversación donde la hemos dejado, ––repuso el príncipe. ––Si no recuerdo, os he dicho que “quería” ponerme de acuerdo con vos acerca de dos puntos: los peligros o los obstáculos. Ya está resuelto este punto. El otro estriba en las condiciones que me impondréis. Ahora os toca hablar a vos, señor de Herblay.

    ––¿Las condiciones, príncipe mío?

    ––Por supuesto. No vais a detenerme en mi camino por tal bagatela, ni me haréis el agravio de suponer que yo creo a pies juntillas que os habéis metido desinteresadamente en este negocio. Conque dadme a conocer sin ambages ni rodeos vuestro pensamiento.

    ––Es éste, ––dijo Aramis: ––una vez rey...

    ––¿Cuándo lo seré?

    ––Mañana por la noche.

    ––¿Cómo?

    ––Os lo diré después que me hayáis contestado a lo que voy a deciros. Os envié un hombre fiel para que os entregara un cartapacio con notas en letra menuda y redactadas con firmeza, que permiten a Vuestra Alteza conocer a fondo a cuantas personas componen o compondrán vuestra corte.

    ––Leí todas las notas a que os referís.

    ––¿Atentamente?

    ––Las sé de memoria.

    ––¿Las comprendisteis? Y perdonad si os hago la pregunta, que bien puedo hacérsela al infeliz abandonado de la Bastilla. Dentro de ocho días nada tendré que preguntar a un hombre de tan claro entendimiento como vos, en el pleno goce de la libertad y del poder.

    ––Interrogadme pues; me avengo a ser el escolar a quien su sabio maestro le hace dar la lección señalada.

    ––Primeramente hablemos de vuestra familia, monseñor.

    ––¿De mi madre Ana de Austria? ¿de sus amarguras y de su terrible dolencia? De todo me acuerdo.

    ––¿Y de vuestro segundo hermano! ––repuso Aramis inclinándose.

    ––Añadisteis a las notas unos retratos trazados por manera tan maravillosa, tan bien dibujados, tan bien pintados, que en ellos reconocí a las personas de quienes vuestras notas designaban el carácter, las costumbres y la historia. Mi hermano es un gallardo moreno de pálida tez, que no ama a su mujer Enriqueta, a quien yo, Luis XIV, he amado un poco, y aun la amo coquetamente, por más que me arrancó lágrimas el día en que quiso despedir a La Valiére.

    ––Cuidado con exponeros a los ojos de ésta, ––dijo Aramis. –– La Valiére ama de todo corazón al rey actual, y difícilmente engaña uno los ojos de una mujer que ama.

    ––Es rubia, y tiene ojos garzos, cuya mirada de ternura me revelará su identidad. Cojea un poco, y escribe diariamente una carta a la que por mi orden contesta Saint-Aignán.

    ––¿Y a éste lo conocéis?

    ––Como si lo viera, y sé de memoria los últimos versos que me ha dirigido, así como los que yo he compuesto en contestación a los suyos.

    ––Muy bien. ¿Y vuestros ministros?

    ––Colbert, feo y sombrío, pero inteligente; con los cabellos caídos hasta las cejas, cabeza voluminosa, pesada y redonda, y por aditamento, enemigo mortal de Fouquet.

    ––Respecto de Colbert nada tenemos que temer.

    ––No, porque precisamente me pediréis vos que lo destierre.

    ––Seréis muy grande, monseñor, ––se limitó a decir Aramis, lleno de admiración.

    ––Ya veis que sé la lección a las mil maravillas, ––añadió el príncipe, ––y con la ayuda de Dios y la vuestra no padeceré muchas equivocaciones.



    continua