Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas



    EL SUEÑO

    Si el sueño fuera (como dicen) una
    Tregua, un puro reposo de la mente,
    ¿Por qué, si te despiertan bruscamente,
    Sientes que te han robado una fortuna?

    ¿Por qué es tan triste madrugar? La hora
    Nos despoja de un don inconcebible,
    Tan íntimo que sólo es traducible
    En un sopor que la vigilia dora

    De sueños, que bien pueden ser reflejos
    Truncos de los tesoros de la sombra,
    De un orbe intemporal que no se nombra

    Y que el día deforma en sus espejos.
    ¿Quien serás esta noche en el oscuro
    Sueño, del otro lado de su muro?

    Jorge Luis Borges

     
  2. clause

    clause Claudia

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    Alejandro Dumas
    EL HOMBRE DE LA MASCARA DE HIERRO
    Capitulo 18
    CELOS

    Aquella verdadera luz, aquella solicitud por parte de todos, aquella nueva ocasión hecha al rey por Fouquet, suspendieron el efecto de una resolución que La Valiére minó ya en el ánimo de Luis XIV.

    El miró a Fouquet casi con gratitud por haber ofrecido al Luisa la ocasión de mostrarse tan generosa y tan influyente en su corazón.

    Era el instante de las últimas maravillas. No bien Fouquet condujo al rey hacia el palacio, cuando de la cúpula de este y con majestuoso rumor surgió y voló por los aires una enorme manga de fuego, vivísima aurora que iluminó hasta los más pequeños pormenores de las terrazas.

    Empezaban los fuegos artificiales. Colbert prosiguió con obstinación su funesto propósito se esforzaba en reducir de nuevo al monarca a ideas que la magnificencia del espectáculo alejaban demasiado.

    De repente, en el instante en que tendía al fouquet la mano, el rey sintió en ella el papel que, según las apariencias, La Valiére dejó caer a sus pies al marcharse.

    El más irresistible imán atraía hacia el recuerdo de Luisa al rey de Francia, que a la luz de los fuegos artificiales, cada vez más hermosos, leyó el billete que él creyó que era una carta de amor de La Vaillere.

    Según iba leyendo, el rey perdía el color, y aquella sorda cólera, iluminada por los multicolores fuegos, formaba un espectáculo terrible que hubiera hecho temblar a todos, de haber leído en aquel corazón destrozado por las más siniestras pasiones. Rotos los diques de sus celos y de su rabia desde el instante que descubrió la sombría verdad, para Luis XIV no hubo ya compasión, dulzura ni deberes de hospitalidad.

    La carta, tirada a los pies del rey por Colbert, era la que había desaparecido junto con el lacayo Tobías en Fontainebleau, después de la tentativa de Fouquet en solicitud del amor de La Valiére.

    El superintendente veía la palidez del rey y no adivinaba la causa; en cambio Colbert veía la cólera y allá en su ánimo se regocijaba de la proximidad de la tormenta.

    La voz de Fouquet arrancó a Luis de su terrible abstracción.

    ––¿Qué os pasa, Sire? ––preguntó con amabilidad suma el superintendente.

    ––Nada ––respondió el rey, haciendo un violento esfuerzo sobre sí mismo.

    ––¿Por desgracia se encuentra mal Vuestra Majestad?

    ––Un poco, ya os lo he manifestado; pero no vale la pena. Y sin aguardar el fin de los fuegos artificiales, Su Majestad se encaminó al palacio, acompañado de Fouquet y seguido de toda la corte; de manera que los últimos cohetes ardieron tristemente para sí solos.

    El superintendente hizo algunas preguntas más al enfurecido soberano, y al ver que no obtenía respuesta alguna, creyó que aquél y su amante habían andado al la greña en el parque, y, que el rey, poco inclinado la poner mala cara, pero entregado a su amor, se revolvía contra todos porque ella estaba de morros. Esto bastó para tranquilizar a fouquet, que dirigió una sonrisa de amistad y de consuelo a Luis, cuando éste lo dio las buenas noches.

    No todo había acabado aun para el rey; faltábale tragar el servicio de aquella noche, es decir, acostarse con todo el engorrosísimo ceremonial de grande etiqueta, pues el día siguiente era el fijado para la despedida, y cumplía que los hospedados diesen las gracias al su huésped y pagasen con un acto de galantería los doce millones que aquél gastaba en festejarlos.

    ––Señor Fouquet, no tardaréis en saber de mí, hacedme la merced de decir al señor D'Artagnan que venga inmediatamente. Tal fue la galantería que a Luis XIV se le ocurrió al despedir al superintendente.

    Fouquet tomó la mano del rey y se la besó sin que éste hiciese esfuerzo para retirarla, pero estremeciéndose de los pies a la cabeza.

    Cinco minutos después, D'Artagnan entró en el dormitorio de Luis XIV.

    Aramis y Felipe estaban en su cuarto, ojo avizor y oído atento. El rey no dejó que su capitán de mosqueteros llegase a su sillón. Al verlo, se levantó y salió a su encuentro, diciéndole:

    ––Que no entre nadie.

    ––Está bien, Sire ––replicó el soldado, que hacía largo rato notó la alteración de la fisonomía del rey. Y después de haber dado desde la puerta la orden, añadió: ––¿Qué novedades ocurren, Sire?

    ––¿Cuántos hombres tenéis aquí? ––dijo el rey, sin responder a la pregunta del gascón.

    ––¿Para qué, Sire?

    ––¿Cuántos hombres tenéis aquí? ––repitió el soberano dando una patada.

    ––Tengo al los mosqueteros.

    ––¿Ninguno más?

    ––Sí, Sire, además de los mosqueteros, hay en Vaux veinte guardias y trece suizos.

    ––¿Cuántos hombres se necesitan para...?

    ––¿Para qué? ––preguntó el mosquetero mirando al rey con toda tranquilidad.

    ––Para arrestar al señor Fouquet.

    ––¡Arrestar al señor Fouquet! ––prorrumpió D'Artagnan retrocediendo un paso.

    ––¿También vos vais a decirme que es imposible? ––exclamó Luis XIV con rabia fría y rencorosa.

    ––Nunca digo que una cosa sea imposible ––replicó el gascón mortificado en lo vivo.

    ––Pues manos a la obra.

    D'Artagnan dio medio vuelta y se encaminó al la salida, de la que no le separaban más de seis pasos. Pero al llegar a la puerta se detuvo y dijo:

    ––Con perdón, Sire.

    ––¿Qué hay? ––dijo el rey.

    ––Para proceder al arresto del señor Fouquet, querría que Vuestra Majestad me diese la orden por escrito.

    ––¿Por qué? ¿desde cuándo no os basta la palabra de un rey? ––Porque cuando la palabra de un rey es hija de la cólera, puede cambiar cuando esta desaparece.

    ––Nada de frases, caballero, y decid claramente vuestro pensamiento.

    ––Siempre los tengo, Sire, y muchos, y como por desgracia no los tienen los demás, ––replicó impertinentemente el mosquetero.

    El rey, en el furor de su arrebato, se plegó ante aquel hombre, como el caballo doblega los corvejones bajo la robusta mano del domador.

    ––¡Expresadme vuestro pensamiento! ––exclamó el rey.

    ––Ahí va, Sire respondió D'Artagnan. ––La señal más evidente de que obráis sugestionado por la cólera, es que hacéis arrestar a un hombre estando vos en su casa, y de eso os arrepentiréis una vez sosegado. Entonces quiero poder mostraros vuestra firma; porque a lo menos, ya que no queda reparación, os probará que un rey hace mal en encolerizarse.

    ––¡Qué un rey hace mal en encolerizarse! ––gritó Luis XIV con frenesí. ––¿Acaso mi padre, mi abuelo no se encolerizaban, cuerpo de Cristo?

    ––Si, pero únicamente en su casa.

    ––En todas partes está en ella el rey.

    ––¡Bah! esas son palabras de lisonjero, de seguro que es autor de ellas el señor Colbert; pero no son verdad. El rey está en su casa en toda casa de la cual ha lanzado a su dueño.

    Luis se mordió los labios.

    ––¡Cómo! ––prosiguió D'Artagnan, ––¿el señor Fouquet se arruina para daros gusto y mandáis que lo arresten? ¡Voto a mil bombas! Sire, si yo me llamase Fouquet, y me hiciesen una jugarreta como esa, de un golpe me tragaría diez cohetes y les pegaría fuego para que mi casa y cuantos en ella estuviesen dentro, estallásemos. Pero es igual; ¿lo queréis? voy allá.

    ––Id ––dijo el rey.

    ––¿Suponéis vos que voy a llevarme conmigo alguno, Sire? Arrestar al señor Fouquet es tan fácil, que un muchacho lo haría; tan fácil como beberse un vaso de ajenjo. No cuesta más que hacer una mueca.

    ––¿Y si se defiende?

    ––¿Quién? ¿Quién? ¿El? ¡Bah! ¡Defenderse él cuando tal rigor lo convierte en rey y mártir! Apuesto que si le queda un millón, lo cual dudo, lo daría para tener tal fin. Voy allá, Sire. ––Aguardaos ––dijo el rey.

    ––¿Qué pasa?

    ––No hagáis público su arresto.

    ––Eso ya es más difícil. Porque nada hay tan sencillo como ir a buscarle en medio de las mil personas entusiastas que lo rodean, y decirle que le arresto en nombre del rey. Pero ir al su encuentro, rodearlo, acorralarlo en un rincón de su despacho para que no se escape; rotarlo a sus huéspedes, y conservároslo preso, sin que nadie haya escuchado una de sus exclamaciones, esa es una dificultad real y verdadera, que el diablo que la venza.

    ––Decid también que es imposible, y acabaréis más pronto. No parece sino que cuantos me rodean quieran oponerse a mi voluntad.

    ––No seré yo quien me oponga a ella. ¿Queréis que arreste al señor Fouquet?

    ––Custodiadlo hasta mañana, que habré tomado una resolución.

    ––Se cumplirá vuestro deseo, Sire.

    ––Volved a la hora de levantarme para recibir órdenes.

    ––Volveré.

    ––Y ahora que me dejen solo.

    ––¿Ni siquiera queréis que entre el señor Colbert? ––dijo el mosquetero lanzando su última saeta en el instante de marcharse.

    El rey se estremeció. Entregado en cuerpo y alma a su venganza, había olvidado el cuerpo del delito.

    ––¡No quiero que entre aquí persona alguna! ––exclamó ––Dejadme.

    Apenas salió D'Artagnan, el monarca cerró con sus propias manos la puerta, y empezó al pasearse desaforado por el dormitorio, cual todo herido que lleva clavadas en sus espaldas las banderillas.

    ––¡Miserable! ––exclamó el rey a gritos ––no sólo roba el dinero de mi hacienda sino que también con el dinero robado soborna secretarios, amigos, generales, artistas, y me quita mi amante. Por eso la pérfida le ha defendido con tanto tesón...

    ¡Claro!... Con ello ha mostrado su agradecimiento... y quién sabe su amor... ––y añadió ente sí y con el odio profundo que la primera juventud profesa a los hombres maduros que aun piensan en el amor: ¡Un sátiro un fauno dado al galanteo y que nunca ha hallado oposición! ¡Un mujeriego que regala florecitas de oro y diamantes, y tiene pintores para hacer el retrato de sus meretrices en traje de diosas! ––Y estremeciéndose de desesperación, prosiguió a grito pelado: ––¡Todo lo mío lo mancilla y lo destruye! ¡todo! ¡y por fin acabará conmigo! ¡Ese hombre me hace sombra! ¡es mi mortal enemigo! ¡Oh! ¡no hay remedio para él!... ¡Le odio!... ¡le odio!... ¡le odio!...

    Y al decir esto, aquel rey tan grande descargaba una granizada de puñetazos en el brazo del sillón en el cual se sentaba para volver a levantarse como un epiléptico.

    ––¡Mañana! ¡mañana! ––rugió Luis XIV.

    ––¡Oh! ¡qué hermoso día el de mañana! Y con modestias digna de un rey, añadió:

    ––Cuando el sol se levante, sin más rival que yo, ese hombre caerá tan hondo que al ver las gentes los estragos causados por mi cólera, dirán por fin que soy más grande que él.

    Incapaz de dominarse, el rey Luis XIV puso de un soberbio puñetazo patas arriba una mesita situada junto al su cama, y perdido el aliento, vestido como estaba, se tiró sobre las sábanas y la emprendió a mordiscos con ellas para hallar por ese sistema el reposo del cuerpo.

    El lecho gimió bajo aquel peso, y, aparte algunos suspiros escapados del pecho del rey, todo quedó en silencio en el templo de Morfeo.


     
  3. Jah

    Jah Hija de Gaïa

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    CUENTOS QUE AYUDAN A CRECER IV (Jaques Salomé)


    El cuento de la niña que buscaba en ella el Camino de las Palabras
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    Erase una vez una niña que nunca encontraba las palabras para decir lo que sentía.

    Cada vez que intentaba expresarse, traducir lo que en su interior ocurría, sentía como un vacio en ella. La parecía que las palabras iban más rápido que sus pensamientos. La daba la impresión de que las palabras se empujaban las unas contra las otras en su boca y que nunca llegaban a juntarse para formar una frase.

    Cuando esto pasaba, la niña se volvía agresiva, violenta, casi malvada.
    Únicamente frases hechas, cortantes, ásperas salían de sus labios. Solo servían para cortar la relación que podría haber empezado.
    -De todas maneras, no puedes entenderme.
    -No para nada que diga algo.
    -Es una tontería pensar que hay que decirlo todo.

    Otras veces, la niña prefería permanecer encerrada en su silencio con este doloroso sentimiento:
    -De todas maneras nadie podía saber lo que sentía, nunca llegaba a decirlo. Las palabras no son más que palabras.

    En el fondo la niña era muy infeliz, desesperada, vivía una verdadera tortura en cada intento por comunicarse.

    Un día, escucho en la radio a un poeta que decía:
    -En cada ser humano existe un Camino de las Palabras, el cual nos pertenecer el encontrarle.

    El primer día que la niña se paseo por el Camino de las Palabras, no vivió nada de especial. Solo se encontró con piedras, zarzas, ramas caídas, ortigas y otras irritantes plantas. El Camino de las Palabras parecía esconderse, huir de ella.

    La segunda vez que se aventuro por este camino, en la pendiente de una montaña encontró la primera palabra “Atreverse”. Cuando la niña se iba acercando hacia ella, la palabra se atrevió a hablarla, y con una voy extenuada la dijo:
    -Puedes empujarme y acercarme un poco mas a la cima de esta montaña?

    La niña respondió:
    -Creo que te vas a perder conmigo y que te llevaré muy lejos en mi vida.
    Otro día, descubrió que todas esas palabras eran señales en el borde del camino y que cada una tenía una forma diferente y un sentido bien particular.

    La segunda palabra con la que se encontró fue “Vida”. La niña la recogió y la instalo bien pegada a su oreja. Al principio no oyó nada. La niña retuvo la respiración y en ese momento percibió un tímido susurro:
    -Estoy en ti, estoy en ti.

    Y todavía más bajito dijo:
    -Cuida de mí.

    Pero la niña no estuvo segura de haber entendido bien.

    Un poco más lejos en el Camino de las Palabras, se encontró con una palabrita que estaba muy sola, enroscada en ella misma y tiritando como si tuviese mucho, mucho frio.

    Esta palabra parecía tan infeliz, pobre palabra. La niña la acogió, la recalentó un poco, la acerco a su corazón y permaneció en silencio.
    Al cabo de un rato, mientras acariciaba a la palabra le preguntó:
    -Cómo te llamas?

    La palabrita que había cobijado en su pecho le respondió con un nudo en la garganta:
    -Yo, soy la palabra “Solo”. Estoy realmente solo. Estoy perdido, nadie se interesa en mí y nadie se ocupa de mí.

    La niña abrazo a la palabrita, la dio un tierno beso y prosiguió su camino.

    Cerca de un canal en el Camino de las Palabras, percibió otra palabra que estaba de rodillas. La niña se detuvo, miro la palabra y esta última le dijo:
    -Yo me llamo “Tu”, -y siguió explicando, -Soy una palabra muy anciana pero muy difícil de encontrar porque siempre hay que diferenciarme del resto.

    La niña, antes de que la palabra terminase de hablar, la contesto:
    -Te quiero adoptar, “Tu”, serás una buena compañera para mí.

    Durante sus andaduras, la niña dejo otras muchas palabras ahí donde las encontraba. Lo que estaba buscando era una palabra muy alegre, con vida. Una palabra que brillase en sus largas noches de vagabundeo y silencio.

    Encontró esa palabra en un discreto claro de bosque. Estaba tumbada toda estirada, parecía muy relajada, con los ojos bien abiertos. Daba la impresión de ser una palabra que estaba realmente feliz de encontrarse ahí donde estaba. La niña se acerco hacia ella, la sonrió y la dijo:
    -Eres verdaderamente lo que estaba buscando, estoy encantada de haberte encontrado. Quieres venir conmigo?

    La palabra le respondió:
    -Claro que si, yo también te estaba esperando.

    Esta palabra que se encontró se llamaba “Vivirás”.

    Cuando la niña reunió todas las palabras que había encontrado en el Camino de las Palabras, descubrió sorprendida que podían formar la siguiente frase:
    “Atrévete en tu vida, solo tu la vivirás”.
    La niña la repitió varias veces y más despacio:
    “Atrévete en tu vida, solo tu la vivirás”.

    Desde aquel entonces, la niña tomo por costumbre pasearse por el Camino de las Palabras. Fue así como hizo sorprendentes descubrimientos y las personas que la rodeaban se quedaron anonadadas al escuchar todo lo que esta pequeña niña llevaba en su interior. Se quedaron asombrados de toda la riqueza que había en aquella silenciosa niña.

    Así termina el cuento de la niña que nunca encontraba las palabras para expresarse.



    A veces los cuentos nos revelan nuestra propia ceguera, los comportamientos mas despreciables, las conductas mas irrisorias, las mas patéticas.
    Los cuentos pueden llegar a ser el despiadado espejo de nuestros múltiples y simpáticos personajes.




    :79regalofloressorpr
     
  4. Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    yo solo entro a saludarlas jaa,de poetas, cuentos y leyendas,poco y nada.Sigan asi que aunque sea leyendolas algo aprendo ja.
     
  5. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Que bonito Jah!!!:razz: :razz:
     
  6. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Me alegra que te guste Abel!:5-okey:
     
  7. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Alejandro Dumas
    EL HOMBRE DE LA MASCARA DE HIERRO

    capítulo 18
    LESA MAJESTAD

    El exaltado furor que se posesionó del rey al ver y leer la carta de Fouquet a La Valiére, poco al poco se resolvió en una fatiga dolorosa.

    Allí donde el hombre maduro en su virilidad, o el anciano en su endeblez, hallan continuo alimento a su dolor, el joven, sorprendido por la súbita revelación del mal, se enerva gritando, luchando cuerpo a cuerpo, y se deja vencer más pronto por el inflexible enemigo.

    Luis quedó vencido en un cuarto de hora; dejó de acusar con violentas palabras a Fouquet y a La Valiére, y después de haber pasado del furor al despecho, cayó en la postración; tendió los brazos a lo largo del cuerpo, apoyó lánguidamente la cabeza en la almohada de encajes, sus fatigados miembros se estremecieron a impulsos de ligeras contracciones musculares, y de su pecho no partieron ya sino raros suspiros.

    El dios Morfeo, que imperaba en aquel aposento besó al rey que cerró suavemente los ojos y se durmió.

    Como suele suceder durante el primer sueño, tan ligero que levanta de la cama el cuerpo y remonta el alma hacia las regiones superiores, al Luis le pareció que el dios Morfeo pintado en la bóveda le miraba con ojos humanos, que en el techo brillaba y se agitaba algo; que los sueños siniestros, por un instante alejados de su sitio dejaban al descubierto su rostro de hombre con la taríon contemplativa. Y lo más extraño era que aquel hombre se parecía por manera tan extraordinaria al rey, que Luis tuvo por seguro que veía su propia imagen reflejada en un espejo. Luego le pareció que poco a poco la bóveda iba subiendo, que las figuras y los atributos pintados por Le Brun se obscurecían a causa de un alejamiento progresivo, y que a la inmovilidad de la cama había seguido un movimiento suave, cadencioso como el del duque que se sumerge. El rey creyó que estaba soñando, mientras, la corona de oro que sujetaba las colgaduras de la cama iba alejándose como la cúpula de la cual estaba aquélla suspendida.

    La cama seguía hundiéndose más y más Luis, con los ojos abiertos, se dejaba engañar por aquella terrible alucinación. Por fin la luz de la cámara real casi se obscureció del todo, y algo frío, sombrío, inexplicable invadió el ambiente. Pinturas, oro, colgaduras de terciopelo, todo desapareció, en su lugar no se veían sino paredes de un color gris apagado y cada vez más obscuro. Y sin embargo, la cama iba descendiendo, descendiendo, y tras un minuto, que al rey le pareció un siglo, llegó a una capa de aire negro y helado, y se detuvo.

    Luis XIV, que ya solamente veía la luz de su dormitorio como desde lo profundo de un pozo se ve la luz del día, dijo entre sí.

    ––Horrible, horrible sueño. Ya es hora de que me despierte. Vaya, despertémonos.

    Pero no bien lo hubo dicho, cuando advirtió que no solamente estaba despierto, sino que también tenía abiertos los ojos.

    Miró el rey al todas partes, y uno a cada lado de él vio a dos hombres armados, embozados en sendas y largas capas y con el rostro tapado con un antifaz. Uno de ellos llevaba en la mano una lamparilla cuya rojiza luz iluminaba el cuadro más triste que pueden ver ojos de rey.

    Luis creyó que seguí soñando, y que para despertar del todo le bastaba mover los brazos o dar una voz; y saltó de la cama, y al encontrarse de pie en un suelo húmedo, se volvió hacia el de la lamparilla y le dijo:

    ––¿Qué chanza es esta, caballero?

    ––No es ninguna chanza, ––respondió con voz sorda el interpelado.

    ––¿Sois agente del señor Fouquet? ––preguntó el rey un tanto turbado.

    ––Poco os importa de quién somos agentes, ––replicó el fantasma. ––Sabed que somos dueños de vos.

    El rey, más impaciente que intimidado, se volvió hacia el otro personaje, y repuso:

    ––Si es una comedia, decid de mi parte al señor Fouquet que la encuentro de muy mal género, y que ordeno que cese inmediatamente.

    El enmascarado al quien ahora el rey dirigió la palabra era hombre alto y grueso, y parecía una estatua.

    ––¡Cómo! ¿no me respondéis? ––exclamó Luis dando una patada en el suelo.

    ––Si no os respondemos, caballerito, ––dijo con estentórea voz el coloso, ––es porque no tenemos que deciros sino que sois el primer “importuno”, y que el señor Moliére se ha olvidado de inscribiros en la lista de los suyos.

    ––Pero en fin, ¿qué quieren de mí? ––exclamó Luis cruzando los brazos con ademán de cólera.

    ––Luego lo sabréis, ––repuso el de la lamparilla.

    ––Pero entretanto, ¿dónde estoy?

    ––Mirad.

    En efecto, Luis XIV miró; pero a la luz de la lámpara que el enmascarado levantó, solamente vio paredes húmedas en las cuales y acá y acullá brillaba el plateado rastro de las babosas.

    ––¿Es un calabozo? ––preguntó el rey.

    ––No, sino un subterráneo.

    ––¿Adónde conduce?

    ––Seguidnos.

    ––Yo no me muevo de aquí, ––exclamó el soberano.

    ––Como os amotinéis, amiguito, ––repuso el coloso; ––os levanto en peso, os envuelvo en mi capa, y, si perdéis el resuello, peor para vos.

    Luis se horrorizó a la idea de una violencia: porque comprendió que aquellos dos hombres, atropellarían por todo.

    ––Por lo que se ve, ––dijo, ––he caído en manos de dos asesinos. ¡Vamos!

    Ninguno de los dos enmascarados despegó los labios. El de la lamparilla tomó la delantera, seguido del rey, que a su vez precedía al coloso, y así atravesaron una galería larga y sinuosa. Todas aquellas vueltas y revueltas, afluyeron por fin a un largo corredor cerrado por una puerta de hierro, que el de la lámpara abrió con una de tantas llaves que tenía al cinto.

    Al abrirse aquella puerta, Luis aspiró el balsámico olor que exhalaban los árboles en las calurosas noches de verano, y se detuvo: pero el robusto guardián que le seguía le empujó fuera del subterráneo.

    ––Otras vez os pregunto, ¿qué intentáis contra el rey de Francia? ––Exclamó el soberano volviéndose hacia el que había tenido el atrevimiento de ponerle la mano encima.

    ––Haced por olvidar ese calificativo. ––repuso el de la lámpara con tono que, cual los famosos fallos de Minos, no admitía réplica.

    ––Mereceríais que os enredaran por las palabras que acabáis de verter, ––añadió el coloso apagando la luz que le entregó su compañero; ––pero el rey es demasiado humano.

    Hizo el rey un movimiento tan súbito al oír aquella amenaza, que no pareció sino que intentaba fugarse; pero el gigante le sentó la mano en el hombro y lo clavó en el sitio.

    ––Pero en fin, ¿adónde vamos? ––preguntó Luis XIV.

    Venid, ––respondió el de la lámpara. Y conduciendo al rey hacia una carroza que estaba entre los árboles, junto a dos caballos trabados y atados por el cabestro al las ramas bajas de corpulenta encima, abrió la portezuela, bajó el estribo, y añadió: ––subid.

    El rey obedeció y se sentó en la carroza, cuya puerta, almohadillada y con cerradura, se cerró inmediatamente que hubieron entrado aquél y su conductor. El otro cortó a los caballos trabas y cabestros, los enganchó y se encaramó en el pescante, en el que no había persona alguna. Al punto la carroza partió al trote camino de París, y al llegar al bosque de Senart relevó el tiro con otros dos caballos que esperaban atados al un árbol. La carroza entró en París a eso de las tres de la madrugada, echó por el barrio San Antonio, y después de haber invocado el nombre del rey para que el centinela no se opusiera a su paso, entró en el recinto circular de la Bastilla, que conducía al patio del gobierno, donde al pie de la escalinata se detuvieron los humeantes caballos.

    ––Que despierten al señor gobernador, –– dijo con voz de trueno el cochero al sargento de guardia, que acudió presuroso. Diez minutos después, Baisemeaux salió en bata a la puerta, y preguntó:

    ––¿Qué pasa?

    El de la lamparilla abrió la portezuela de la carroza y dijo algunas palabras al cochero, que se bajó inmediatamente del pescante, tomó un mosquete que a sus pies tenía, y apuntó con él el pecho del preso.

    ––Si chista, fuego, ––añadió el que acababa de salir de la carroza.

    ––Está bien, ––replico el otro.

    Hecha aquella recomendación, el conductor echó escaleras arriba.

    ––¡Señor de Herblay! ––exclamó Baisemeaux al ver al conductor.

    ––¡Silencio! ––dijo Aramis. ––entremos en vuestra habitación.

    ––Pero ¿qué os trae a estas horas?

    ––Un error, señor de Baisemeaux. ––respondió con tranquilidad el obispo. ––El otro día teníais razón.

    ––¿Sobre? ––preguntó el gobernador.

    ––Sobre aquella orden de libertad, ¿recordáis?

    ––Explicaos, señor, digo, monseñor, ––repuso Baisemeaux, tan sofocado por la sorpresa como por el terror.

    ––Es muy sencillo: ¿no es verdad?

    ––Es verdad. Con todo acordaos de mis dudas sobre el particular; yo no quería, pero vos me obligasteis.

    ––¿Qué estáis diciendo, señor de Baisemeaux? Lo que yo hice fue induciros.

    ––Esto es. me indujisteis a que os lo entregara, y os le levasteis en vuestra carroza.

    ––Pues ved lo que son las cosas, padecieron una equivocación al expedir la orden. Así lo han reconocido en el ministerio, y de tal manera, que os traigo una orden del rey para que pongáis en libertad a Seldón; el pobre escocés aquel, ¿sabéis?

    ––¿Seldón? ¿estáis ahora bien seguro?

    ––Convenceos por vuestros propios ojos. ––repuso Herblay entregando la orden al Baisemeaux.

    Continua

     
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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas



    RIMA VII

    Del salón en el ángulo oscuro,
    de su dueña tal vez olvidada,
    silenciosa y cubierta de polvo
    veíase el arpa.

    ¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas
    como el pájaro duerme en las ramas,
    esperando la mano de nieve
    que sabe arrancarlas!

    ¡Ay! pensé; ¡cuántas veces el genio
    así duerme en el fondo del alma,
    y una voz, como Lázaro, espera
    que le diga: «¡Levántate y anda!».

    Gustavo Adolfo Bécquer

     
  9. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Jah el camino que debemos tomar siempre
    es el de "la palabra", sea esta como puente de
    entendimiento o como "Deber" ...

    ... para reflexionar realmente!.
     
  10. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Que lindo clau!!!
    .. estoy nuevamente atrazada con la máscara!
     
  11. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    :11risotada: :11risotada: No hay apuro Maia...acá se queda !!! ...eso es lo lindo de las Letras ...de una vez y para siempre quedan en el papel (en este caso papel virtual),para llegar a nosotros en el momento más apropiado!!:razz: :beso:
     
  12. clause

    clause Claudia

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    EL MUÑECO

    ¡Madre!, clama en voz queda mi ferviente mensaje;
    ¡madre, mi madre, acude porque te necesito!
    La voz, primero tierna, va haciéndose salvaje:
    si al comenzar fue ruego, termina siendo grito.

    Todo ansias de amor el son de mi lenguaje,
    salvando las alturas en pos del infinito,
    desesperante, alcanza, tras impetuoso viaje,
    acento de mandato para aquel ser bendito.

    Sólo que a su momento la voz se pierde en eco;
    el sonido se expande con angustia de ausencia,
    y recuerdo, de pronto, el ¡mamá! del muñeco.

    Yo también lo repito, como él lo repetía,
    y me siento el muñeco de trágica presencia
    ya que nadie responde, mi dulce madre mía.

    Marilina Rébora


     
  13. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    DIOS EXISTE

    Dos de la madrugada. En trémula zozobra;
    los silencios, vivientes; la oscuridad sin borde;
    cuando la fuerza falta y la tristeza sobra,
    en soledad infinita para estar más acorde.

    De improviso resuena el son de un benteveo
    con tono tan alegre que regocija el alma,
    y es tal la donosura de su simple gorjeo
    que sonrío, infantil, renacida la calma.

    Y digo: Dios existe; es El quien me conversa
    como a niña medrosa perdida en la espesura,
    para que no me queje sintiéndome en olvido.

    La breve melodía, al viento se dispersa.
    Y me quedo pensando por tierna conjetura:
    ¿en qué rincón de cielo habrá colgado un nido?




    MARILINA RÉBORA

    Marilina Rébora (1919-1999) nació y murió en Buenos Aires. Estudió dibujo y pintura junto a Ernesto Riccio, Vicente Puig, Susana Aguirre y Horacio Butler. Expuso sus obras en diversos salones y se halla representada en dos museos provinciales. Paralelamente desarrolló su carrera literaria. Sus primeros poemas datan de 1936, 1937 -algunos en idioma francés como Les étoiles que j’aime, Madame la lune y Mon petit rêve- y 1938. Colaboró en el diario “La Prensa” de Buenos Aires, donde fueron publicados varios de sus poemas. Su primer libro Los días de los días (1969) tuvo gran acogida y elogiosos comentarios por parte de críticos y gente de letras. A él siguieron Libro de estampas (1972), El Río Azul (1975), Tiempos de la vida (1975), Las confidencias (197:icon_cool:, Animalerías (1980), El Lagarto estaba harto (1986) y No me llames poeta (2001)
     
  14. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    El hombre de la máscara de hierro
    Alejandro Dumas
    Capítulo 18 Continuación

    ––¡Pero si esta orden es la misma que ya tuve en mis manos el otro día! ––dijo el gobernador.

    ––¿De veras?

    ––Es la mismísima que la noche de marras os dije haber visto. ¡Voto a sanes! la conozco en el borrón.

    ––Yo no me meto en si es o no es esta misma, pero os la traigo.

    ––¿Y la otra, pues?

    ––¿Cuál?

    ––La referente a Marchiali.

    ––Os lo conduzco de nuevo.

    ––Esto no me basta. Para hacerme otra vez cargo de él necesito una orden nueva.

    ––¿Y qué barbaridades estáis vomitando, mi buen amigo? ––repuso Herblay; ––no parece sino que os habéis vuelto niño. ¿Dónde está la orden que recibisteis referente a Marchiali?

    Baisemeaux se acercó a un cofre, sacó de ella la orden y la entregó a Aramis, que con la mayor frescura la rasgó en cuatro pedazos que redujo a cenizas en la llama de la lámpara.

    ––¿Qué hacéis? ––exclamó el gobernador en el colmo del espanto.

    ––Pero hombre, haceos cargo de la situación. ––dijo Aramis con su imperturbable serenidad, ––y veréis cuán sencilla es. Bueno, no tenéis ya en vuestro poder orden alguna que justifique la salida de Marchiali, ¿no es eso?

    ––No la tengo, y esto va a ser causa de mi perdición.

    ––Desde el momento que os lo traigo, es como si no hubiese salido.

    ––¡Ah!.

    ––¿Qué duda cabe? Vais a encerrarlo nuevamente y sin demora.

    ––¡No, que no!

    ––Y en cambio y en virtud de la nueva orden, me entregaréis a Seldón. Así estará en regla vuestra contabilidad. ¿Comprendéis ahora?

    ––Yo...

    ––Veo que sí; muy bien, ––dijo Aramis.

    ––Pero en resumidas cuentas, ¿por qué después de haberme llevado a Marchiali me lo devolvéis? ––exclamó Baisemeaux juntando las manos en un paroxismo de dolor y de aturdimiento.

    ––Para un amigo y servidor cual vos, no tengo secretos, –– contestó Herblay. Y acercando la boca al oído del gobernador, añadió: ––Ya recordáis el parecido que hay entre aquel desventurado y...

    ––Y él; lo sé.

    ––Pues bien, el primer uso de Marchiali ha hecho de su libertad ha sido para sostener... A ver si adivináis qué.

    ––¿Cómo queréis que yo adivine?

    ––Para sostener que él era el rey de Francia.

    ––¡Infeliz!

    ––Para vestirse igual que el rey y constituirse en usurpador.

    ––¡Válgame Dios!

    ––Por eso os lo traigo otra vez. Está loco, y hace ver su locura a todo el mundo.

    ––¿Qué hacer, pues?

    ––No dejéis que comunique con persona alguna, porque ahora que su locura ha llegado a oídos del rey, que se había compadecido de su desventura, y se ha visto pagado con tan negra ingratitud, aquél está hecho una furia. Os encargo, pues, que no olvidéis que ahora lo van a pagar con la vida cuantos dejen comunicar a marchiali con otros que conmigo o con el mismo rey. Os va la vida en ello, ¿oís?

    ––Sí, lo oigo, ¡voto a...!

    Ahora bajad, y conducid de nuevo a Marchiali al su calabozo, a menos que prefiráis que suba aquí.

    ––¿Para qué?

    ––Más vale encerrarlo en seguida, ¿no es verdad?

    ––¡Ya lo creo!

    ––Pues andando.

    Baisemeaux mandó tocar redoble y sonar la campana para advertir que todo dios se recogiese a su cuarto a fin de evitar su encuentro con un preso misterioso. Libres ya todos los pasillos, el gobernador bajo para hacerse cargo del preso, a quien Porthos, fiel a la consigna, continuaba teniéndole apuntado el mosquete.

    ––¡Ah! ¿estáis otra vez aquí, desventurado? ––exclamó Baisemeaux al ver al rey. ––Está bien, está bien.

    Y haciendo apear inmediatamente a Luis XIV, en compañía de Porthos, que no se había quitado el antifaz, y de Aramis, que se puso nuevamente el suyo, le condujo a la segunda Bertaudiere, y le abrió la puerta del calabozo en que por espacio de diez años había gemido Felipe.

    El rey, pálido y huraño, entró en el calabozo sin despegar los labios.

    Baisemeaux cerró por sí mismo la puerta con dos vueltas de llave, y dijo a Aramis:

    ––Verdaderamente se parece al rey, pero no tanto como vos ponderáis.

    ––¿De modo que no os dejaríais engañar por la sustitución? –– repuso Herblay.

    ––Si, a mí con esas.

    ––No tenéis precio, mi buen amigo. Vamos, ahora soltad a Seldón.

    ––Es verdad, se me había olvidado.

    ––¡Bah! lo soltaréis mañana.

    ––¿Mañana? No, monseñor, ahora mismo. Dios me libre de esperar un segundo.

    ––Pues adonde os llama vuestra obligación, y yo a la mía. ¿Habéis comprendido?

    ––¿Qué?

    ––Que sólo puede entrar en el calabozo de Marchiali la persona que venga provista de una orden del rey, y esa orden la traeré yo mismo.

    ––Corriente, monseñor, Guárdeos Dios.

    ––Vamos, Porthos, ––dijo Aramis, ––a Vaux, y a escape.

    ––Nunca se encuentra uno más ágil que cuando ha servido al rey, y, al servirlo, ha salvado al su patria, ––repuso el gigante. –– Además, como la carroza lleva menos peso... Partamos, partamos.

    Y la carroza, libre de un peso que, en efecto, podía parecer carga muy pesada a Aramis, atravesó el puente levadizo de la Bastilla, que volvió a levantarse inmediatamente tras aquélla.

     
  15. Jah

    Jah Hija de Gaïa

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Hola soletes!!!

    Me alegro si estos cuentos os gustan, eso si, si os parecen aburridos o con "demasiado sentido" tengo muchos otros relatos que compartir menos...."profundos", por decirlo de alguna manera:5-okey:

    Si que son cuentos que estan hechos para reflexionar, desgraciadamente ese Camino de las Palabras no es tan facil de tomar para muchas personas sin que por lo tanto sean mudas o sordas. Aunque no nos pese ese tipo "tara" fisica (lo dejo bien entre comillas) de ser sordo-mudo, a menudo, mas a los niños, pero también a los adultos, nos cuesta expresar lo que sentimos, lo que llevamos realmente dentro o simplemente nos cuesta compartir una idea por falta de seguridad en si mismos o por otros muchos motivos (todos justificados ya que todo el mundo no sentimos las cosas con la misma intensidad o de la misma manera).............
    En fin, que todo esto, en mi caso al menos, da mucho en qué pensar......


    Bueno, me he retrasado un poco con los cuentos, pero es que traducir la idea que el autor nos quiere transmitir no es nada sencillo por lo dicho antes, no son "simples" cuentos, van mas lejos si el lector tienen la voluntad, la necesidad o las ganas de mirar mas alla de las frases, de leer entre-lineas.

    Hasta otra!! Un cordial saludo:79regalofloressorpr