Letrilla Rosal, menos presunción, donde están las clavelinas, pues serán mañana espinas las que agora rosas son. ¿De qué sirve presumir rosal, de buen parecer, si aun no acabas de nacer cuando empiezas a morir? Hace llorar y reír, vivo y muerto tu arrebol, en un día o en un sol; desde el oriente al ocaso va tu hermosura en un paso, y en menos tu perfección. Rosal, menos presunción, donde están las clavelinas, pues serán mañana espinas las que agora rosas son. No es muy grande la ventaja que tu calidad mejora; si es tus mantillas la aurora, es la noche tu mortaja: no hay florecilla tan baja que no te alcance de días, y de tus caballerías, por descendiente del alba se está riendo la malva cabellera de un terrón. Rosal, menos presunción, donde están las clavelinas, pues serán mañana espinas las que agora rosas son. Francisco de Quevedo y Villegas
En algún lado En algún lado hay un sentimiento extraviado de alegría que me pertenece. Y entre todo lo que lo cubre está el anochecer cercándolo... Son tus manos estrellas que se apagan en el profundo infinito del alma, entre los murmullos de hojas que pasan. En ocasos como éste, cuando el trance del tiempo incorpora su caminar, me angustia su paso, alargado y veloz, que me cansa la conciencia. En algún recodo, de algún lugar que no existe, un sentimiento de alegría espera como en un andén al pasajero que llega... Sin billete, camino del anochecer, llevo el alma, buscando su andén, su esperanza.
A UN CAPITÁN DEL VIENTO “Oh qué dulce descansar ir sepultado en el viento como un capitán del viento, como un capitán del mar muerto en medio de la mar.” Dámaso Alonso. Porque anduviste lejos de la tierra, acariciando estrellas con tu frente y arrancándole al cielo sus secretos; porque miraste el rostro de los vientos, con sus barbas de escarcha y sus cabellos coronados de cirros y luceros; porque viste llorar las altas nubes, sorprendiendo sus lágrimas de lluvia o sus nupciales júbilos de fuego; por eso ahora, Capitán, caído está tu cuerpo contra el duro filo de tu increíble tumba prematura. Por eso ahora tu mirar antiguo de fácil navegante de los vientos, en vano buscará su ruta cierta, su perdido y antiguo derrotero. Pues sólo ya la muerte te acompaña -oscuro tripulante de tu nave- en tu terrible vuelo sin regreso, y te rodean nieblas implacables ciñéndote de sombras sin remedio. Y pensar que has quedado sin tus alas, convertido de pronto en mutilado, en agónico pájaro abolido, tú que volando andabas con tu sino sin temor a quedarte desalado. Mas tuviste tu túmulo perfecto, tu sepulcro fugaz y verdadero, cuando caíste envuelto en tu martirio de náufrago argonauta de los cielos. Sin embargo, tal vez fuera en el viento donde debiera estar tu sepultura, si en el viento pudiera cosa alguna permanecer no siendo puro viento. Pero nó. Te has quedado prisionero entre las mudas garras de tu absurda, de tu temprana tumba sin objeto. Y estás así, qué lejos de tu cielo, despojado de nubes y luceros, transitorio clavel vuelto misterio He aquí tus fuegos, Capitán caído -almirante del cielo, marinero de las altas regiones silenciosas- convertidos en cirios doblegados, en actuales rescoldos destruidos. Tal vez tu voz, tu rostro sonreído, tu cordial condición de ser humano, sean frágil materia del olvido, diluída sustancia en el recuerdo. Mas quedará tu nombre y tu suplicio -esta forma tremenda de tu muerte- vencido Capitán de sombra y sueño. Tu figura de albatros pensativo cruzará nuevamente limpios cielos, imposible habitante del olvido. Nestor Madrid Malo (Colombia)
A AMINTA, QUE SE CUBRIÓ LOS OJOS CON LA MANO Lo que me quita en fuego, me da en nieve La mano que tus ojos me recata; Y no es menos rigor con el que mata, Ni menos llamas su blancura mueve. La vista frescos los incendios bebe, Y volcán por las venas los dilata; Con miedo atento a la blancura trata El pecho amante, que la siente aleve. Si de tus ojos el ardor tirano Le pasas por tu mano por templarle, Es gran piedad del corazón humano; Mas no de ti, que puede al ocultarle, Pues es de nieve, derretir tu mano, Si ya tu mano no pretende helarle. Francisco de Quevedo y Villegas
CANCIÓN DEL PIRATA Con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela, no corta el mar, sino vuela un velero bergantín; bajel pirata que llaman, por su bravura, el Temido, en todo mar conocido del uno al otro confín. La luna en el mar riela, en la lona gime el viento y alza en blando movimiento olas de plata y azul; y va el capitán pirata, cantando alegre en la popa, Asia a un lado, al otro Europa, y allá a su frente Estambul; Navega velero mío, sin temor, que ni enemigo navío, ni tormenta, ni bonanza, tu rumbo a torcer alcanza, ni a sujetar tu valor. Veinte presas hemos hecho a despecho, del inglés, y han rendido sus pendones cien naciones a mis pies. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria la mar. Allá muevan feroz guerra ciegos reyes por un palmo más de tierra, que yo tengo aquí por mío cuanto abarca el mar bravío, a quien nadie impuso leyes. Y no hay playa sea cualquiera, ni bandera de esplendor, que no sienta mi derecho y dé pecho a mi valor. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria la mar. A la voz de ¡barco viene! es de ver cómo vira y se previene a todo trapo a escapar: que yo soy el rey del mar, y mi furia es de temer. En las presas yo divido lo cogido por igual: sólo quiero por riqueza la belleza sin rival. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria la mar. ¡Sentenciado estoy a muerte!; yo me río; no me abandone la suerte, y al mismo que me condena, colgaré de alguna entena quizá en su propio navío. Y si caigo ¿qué es la vida? Por perdida ya la di, cuando el yugo de un esclavo como un bravo sacudí. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria la mar. Son mi música mejor aquilones el estrépito y temblor de los cables sacudidos, del negro mar los bramidos y el rugir de mis cañones. Y del trueno al son violento, y del viento al rebramar, yo me duermo sosegado arrullado por el mar. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria la mar. José de Espronceda
A CELESTINA Yace en esta tierra fría, Digna de toda crianza, La vieja cuya alabanza Tantas plumas merecía. No quiso en el cielo entrar A gozar de las estrellas, Por no estar entre doncellas Que no pudiese manchar. D. Francisco de Quevedo y Villegas
A UN RUISEÑOR Canta en la noche, canta en la mañana, ruiseñor, en el bosque tus amores; canta, que llorará cuando tú llores el alba perlas en la flor temprana. Teñido el cielo de amaranta y grana, la brisa de la tarde entre las flores suspirará también a los rigores de tu amor triste y tu esperanza vana. Y en la noche serena, al puro rayo de la callada luna, tus cantares los ecos sonarán del bosque umbrío. Y vertiendo dulcísimo desmayo, cual bálsamo suave en mis pesares, endulzará tu acento el labio mío. José de Espronceda
Ahí va una de mis favoritas Vientos del pueblo me llevan ( Miguel Hernández) Vientos del pueblo me llevan, vientos del pueblo me arrastran, me esparcen el corazón y me avientan la garganta. Los bueyes doblan la frente, impotentemente mansa, delante de los castigos: los leones la levanta y al mismo tiempo castigan con su clamorosa zarpa. No soy de un pueblo de bueyes que soy de un pueblo que embargan yacimiento de leones, desfiladeros de águilas y cordillera de toros con el orgullo en el asta. Nunca medraron los bueyes en los páramos de España. ¿Quién habló de echar un yugo sobre el cuello de esta raza? ¿Quién ha puesto al huracán jamás ni yugos ni trabas, ni quién el rayo detuvo prisionero en un jaula? Asturianos de braveza, vascos de piedra blindada, valencianos de alegría y castellanos de alma, labrados como la tierra y airosos como las alas; andaluces de relámpago, nacidos entre guitarras y forjados en los yunques torrenciales de las lágrimas; extremeños de centeno, gallegos de lluvia y calma, catalanes de firmeza aragoneses de casta, murcianos de dinamita frutalmente propagada, leoneses, navarros, dueños del hambre, el sudor y el hacha, reyes de la minería, señores de la labranza, hambre que entre las raíces, como raíces gallardas, váis de la vida a la muerte, váis de la nada a la nada: yugos os quieren poner gente de la hierba mala, yugos que habéis de dejar rotos sobre sus espaldas. Crepúsculo de los bueyes está despuntando el alba. Los bueyes mueren vestidos de humildad y olor de cuadra: las águilas, los leones y los toros, de arrogancia, y detrás de ellos, el cielo ni se enturbia ni se acaba. La agonía de los bueyes tiene pequeña la cara, la del animal varón toda la creación agranda. Si me muero, que me muera con la cabeza muy alta. Muerto y veinte veces muerto, la boca contra la grama, tendré apretados los dientes y decidida la barba. Cantando espero a la muerte, que hay ruiseñores que cantan encima de los fusiles y en medio de las batallas.
SONETO Fresca, lozana, pura y olorosa, gala y adorno del pensil florido, gallarda puesta sobre el ramo erguido, fragancia esparce la naciente rosa. Mas si el ardiente sol lumbre enojosa vibra, del can en llamas encendido, el dulce aroma y el color perdido, sus hojas lleva el aura presurosa. Así brilló un momento mi ventura en alas del amor, y hermosa nube fingí tal vez de gloria y de alegría. Mas, ay, que el bien trocóse en amargura, y deshojada por los aires sube la dulce flor de la esperanza mía. José de Espronceda
LOS RATONES (Lope de Vega) Juntáronse los ratones para librarse del gato; y después de largo rato de disputas y opiniones, dijeron que acertarían en ponerle un cascabel, que andando el gato con él, librarse mejor podrían. Salió un ratón barbicano, colilargo, hociquirromo y encrespando el grueso lomo, dijo al senado romano, después de hablar culto un rato: - ¿Quién de todos ha de ser el que se atreva a poner ese cascabel al gato?
MEMORIA Extinguidas aquellas frenéticas caricias Pasada la luna del ceremonial de los besos Se abre una jaula de demencia Los bellos gatos de espasmos que aullan enterrados vivos Y un foco de imágenes extintas se instala en tu médula Como una peste real. En la sombra La mujer se desviste y penetra a su lecho Y emprende su vuelo nupcial hasta las últimas hogueras del cielo Y él madura a su lado para la muerte En el cálido invernáculo de sus sonrisas junto a su rostro que desaparece Jamás despertarán sobre sus besos A lo largo de gomosas colinas en ondulantes dormitorios Donde brota una niebla indeleble Caminos llenos de anzuelos Un vestido que late sin nadie Un retrato con dientes de fuego Sonriendo a través de los muros Y quién no reverencia esas gracias en pena Abrazos vacíos dichas de fracaso y de vértigo Que me adulan como el demonio para despellejarme Para homenajearme con países quemados sobre el corazón. Entonces de esas enormes lunas que fermentan En un calor de malezas tropical Lleno de piernas de mujer La luz de una lengua se expande Y de nuevo estamos perdidos De nuevo imploramos a ídolos de orgullo y desamparo De sexos despiadados Con irrecuperables sonrisas eternas Trozos de paisaje Bocas de sacrilegio que no piden socorro Que no tienen socorro. ENRIQUE MOLINA
A DAFNE, HUYENDO DE APOLO «Tras vos un Alquimista va corriendo, Dafne, que llaman Sol ¿y vos, tan cruda? Vos os volvéis murciégalo sin duda, Pues vais del Sol y de la luz huyendo. »Él os quiere gozar a lo que entiendo Si os coge en esta selva tosca y ruda, Su aljaba suena, está su bolsa muda, El perro, pues no ladra, está muriendo. »Buhonero de signos y Planetas, Viene haciendo ademanes y figuras Cargado de bochornos y Cometas.» Esto la dije, y en cortezas duras De Laurel se ingirió contra sus tretas, Y en escabeche el Sol se quedó a oscuras. Francisco de Quevedo y Villegas
EL CLAMOR DEL SILENCIO NOCTURNO ¿Pero a quién amas tú -perro de la incertidumbre- corazón de extravíos cubierto de espejismos circulantes...? Todo un país se aleja con sus más vagabundos fantasmas carnales entre las gracias que te aniquilan con lentitud ella ha entreabierto su vestido para revelarte con el centelleo de su piel en un vaho de invernáculo los mandamientos de la insolencia total del amor una tierra de trance el palpitar cobrizo de las palmeras salvajes en el fondo de los ojos del cielo mientras sus tentáculos en pleno verano Y la pareja tendida en la sombra como si nunca se hubiera movido la noche y aún permaneciera en otro dormitorio larguísimo finalmente desecho en medio de las mismas maniobras y el cáncer de fuego abajo entre las piernas en las orgías de la arena y otro lugar y otra invariable brasa de vida y otro cuarto ascendiendo como una inmensa burbuja hacia el despertar perezoso hacia la inminencia de la desnuda belleza de un instante entrevista en poder de una líquida bestia enlazada a sus caderas y fluyendo por su médula envuelta en nubes bajo la ducha del hotel Aquí los huesos retumban hasta el último relámpago de la hechicera -caleta rojiza dunas y lápidas- donde los mosquitos insisten en las barbas del tiempo el nocturno orfeón de insectos rivalizando con tu ser pues es sabido que tu demonio abre mil ojos: no duerme nunca ENRIQUE MOLINA
El cortesano Aquí yace un cortesano que se quebró la cintura un día de besamano Aquí le enterraron de balde por no hallarle una peseta, ¡no sigas!; era poeta Anónimo
NO VERTE Un día y otro día y otro día. No verte. Poderte ver, saber que andas tan cerca, que es probable el milagro de la suerte. No verte. Y el corazón y el cálculo y la brújula, fracasando los tres. No hay quien te acierte. No verte. Miércoles, jueves, viernes, no encontrarte, no respirar, no ser, no merecerte. No verte. Desesperadamente amar, amarte y volver a nacer para quererte. No verte. Sí, nacer cada día. Todo es nuevo. Nueva eres tú, mi vida, tú, mi muerte. No verte. Andar a tientas (y era mediodía) con temor infinito de romperte. No verte. Oír tu voz, oler tu aroma, sueños, ay, espejismos que el desierto invierte. No verte. Pensar que tú me huyes, me deseas, querrías encontrarte en mí, perderte. No verte. Dos barcos en la mar, ciegas las velas. ¿Se besarán mañana sus estelas? Gerardo Diego